martes, 8 de febrero de 2011

MI PADRE BEBIA PARA EMULAR A JOYCE

Mi padre bebía para emular a Joyce. Recuerdo el sonido en escala ascendente del vino cayendo sobre el vaso. Y luego un silencio eterno que finalizaba con el ruido del cristal sobre el mármol de la cocina. Esa secuencia se repetía en mis oídos una y otra vez mientras él preparaba la comida y yo esperaba, temerosa, en mi habitación. Sabía que la hora del soliloquio llegaba con el tercer trago. Era entonces cuando mi padre arrojaba los despojos de las sardinas sobre el suelo para agasajar a la gata y, mientras la contemplaba con ojos pequeñitos, comenzaba su disertación lastimera. Imaginaba cómo su lengua tropezaba con los dientes al proferir las amargas sílabas. Hablaba de su juventud en el seminario. De cómo lloró Carmencita cuando la abandonó por su dios. De los estudios de teología. De su tesis doctoral sobre San Agustín. De sus años de santo oficio tirados por la borda. De las tentaciones de las que yo fui el fruto. De la boda obligatoria con mamá. De su divorcio. De Joyce ...  Al finalizar se agachaba y acariciaba a la gata. “ Sabes, gata, nadie me cree pero, El Ulises lo escribí yo. No entiendo cómo se lo publicaron a ese aprovechado. Es lo único cuerdo que hecho en mi vida, lo único de lo que me siento realmente orgulloso. Que les den por el culo a todos esos beatos”.  A continuación, se servía un vaso más y me llamaba a la mesa. Yo escondía mi cara mojada entre el humo de la sopa.  Él se sentaba en su sillón completamente borracho y, tras santiguarse, leía un pasaje del libro en voz alta.

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