sábado, 26 de marzo de 2011

HAY

Hoy he decidido hacer limpieza general. He colocado todos los libros que había desparramados por el suelo de mi habitación en estanterías que no están próximas las unas de las otras, por lo que he dado no menos de varias vueltas por la minúscula casa en busca de baldas vacías o, al menos, aprovechables. Y todo el polvo que se desplaza ante mis pasos enérgicos lo eliminaré también esta mañana. Hay cabellos sueltos en el suelo del cuarto de baño como hojas de árboles caídas, y junto a ellos, borlas de polvo arrinconadas bajo el mueble del lavabo y una bolsa de plástico cerrada que contiene restos orgánicos y restos no orgánicos. Hay polvo en la bañera que se confunde con los restos de la espuma de anoche. Y las toallas parecen pequeños mamíferos de piel encrespada. Lavaré las toallas, también. Hay sábanas granates que se confunden con los pantalones de ayer y la camisa de ayer en un magma telúrico sobre el sillón que hay junto a la cama. Doblaré la ropa que reposará en el armario oculta por fin al polvo que discurre lentamente por el aire. He soplado sobre los libros que había en el suelo y una lluvia que no era blanca ni negra me impregnó de pronto. Ningún criterio me ayudó a recopilar los volúmenes sueltos, ninguno.
Hay también una olla con espaguettis como culebras muertas pegados al fondo. La fregaré de paso. Y de paso libraré de papeles la mesa camilla cubierta con el hule de plástico, tiraré las cartas a la basura, tiraré la basura a la basura y me liberaré al fin de tanto tiempo acumulado.
Hay CDs descompuestos como restos de cadáver tras la disección azarosa del estudiante. Los CDs hace tiempo perdieron su envoltorio pertinente y perdieron también su brillo, que ya no me iluminan el rostro cuando me acerco a ellos para descifrar su contenido escrito bajo epígrafes cubiertos de polvo. Los liberaré del polvo absolutamente incoloro y los agruparé en un mismo cilindro casi transparente.
Eliminaré también el polvo de los cristales que me permitirán por fin ver el cielo limpio limpio.

viernes, 25 de marzo de 2011

VEO

Veo: las ramas de la planta que me compré en los chinos asomando tras la columna de la pared derecha del comedor como cabaretistas que enseñan las piernas enfundadas en medias de seda tras las cortinas del escenario. Y sobre la cómoda en la que se halla la planta, veo una hilera de polvo que decolora más aún la madera decolorada por el sol que entra por la ventana que se sitúa justo sobre ella. Veo la foto de mi madre junto a la de mi gata, bajo las ramas impúdicas de la planta que asoman tras la columna de la derecha, no, de la izquierda, según se mire, y según me halle yo sentada, del comedor. Veo un cielo turbio como agua de fregar que resalta el polvo adherido a los cristales de la ventana y de la puerta del balconcito, que mi casa también tiene balconcito... Veo la misma suciedad en la tela que cubre el sofá desde hace un año y que he lavado algunas veces por poseer sustancias procedentes de algunos cuerpos que me acompañaron aquí y acullá algunas noches enturbiadas...
Veo la mesa camilla a la derecha del sofá con el mantel de plástico que cuelga en una asimetría inquietante. Polvo veo desde aquí sobre el hule de la mesa camilla, que sazona los libros que en ella yacen desde hace décadas, inamovibles, que así tranquilizan mi espíritu, sabiéndolos cerca...
Veo la lámpara que me da cobijo en este cuarto sin luz más que la del cielo sucio de la primavera sucia que me sacude en la tarde de hoy. Veo la lámpara apagada, que aún la luz me permite verme, a mí y a mis cosas, tan poco queridas, tan maltrechas como mi ánimo de esta tarde. Me quedaré sin nada, si así sigo, me planteo. Me quedaré sin planta, sin foto, sin madre y sin gata. Me quedaré sin el color de la manta que cubre mi sofá endurecido por los fracasos que sobre él se exhibieron algunas noches de inmundicia. Me quedaré sin los libros que me aguardan desde tiempos inmemoriales sobre el hule de plástico que cubre la mesa camilla cubierta de polvo. Me quedaré sin la lámpara que me ha hecho resplandecer de alegría algunas tardes que no son como la de hoy, tan sucias y espolvoreadas de tiempo famélico.
Y mi ropa poco a poco se irá convirtiendo en jirones de telas neutras.
Veo mi bicicleta apoyada sobre la pared derecha del comedor, nueva y resplandeciente. Orientada hacia la pared norte, aquella en la que nunca da el sol. Mi bicicleta fue mi guía durante un tiempo, pero ahora que he sucumbido a la minusvalía de estos tiempos ya no tengo piernas para utilizarla.
Veo mi cocina tan pequeña como decoración añadida a la pequeña estancia que es mi casa. Y veo la radio que me regalaron que ya no lee CDs nunca más y que me cantaba las noticias en las mañanas frescas del otoño y en las tórridas del verano, acortado el vestido rojo hasta los muslos cuando desayunaba en la banqueta tan alta y tan incómoda leche con nescafé. Ahora las mañanas duran menos que antes y eso tampoco lo soporto, ni lo entiendo.
Pero estoy aquí, estática y sola, como hacía tiempo no lo estaba. La ventana frente a mí y aún es de día. Mirando en torno a mí y constatando que nada volverá a ser lo mismo.

lunes, 7 de marzo de 2011

SUEÑO

Siento el dulce cansancio producido por el valium, que contrasta con la amargura que produce en la lengua y en la úvula, como almendra mal elegida. Sentí de nuevo el pánico, que no es nuevo, pero pánico, al fin. Lo sentí en lca carretera, conduciendo a D. durante esa hora y media de trayecto interminable. Con la nueva ley de restricción de la velocidad no sentía el impulso de avanzar más rápido que mis contertulios conductores, porque extrañamente, había una ralentización generalizada en la autopista que inducía al sueño... Yo puse mi música: puse Again, de Archive, disco que he escuchado tantas y tantas veces y que me transmitía una cálida familiaridad a la par que dulces recuerdos de mi época en Estrasburgo. El disco estaba rayado, a la mitad o así, por lo que hube de cambiarlo por el de Jeff Buckley, que ya no me atormenta con su versión infinitamente ñoña del Halleluyah de Leonard Cohen. Iba yo despacio, sin ansias, y de pronto sentí el estómago enfervecido. De pronto la vista nublada, justo cuando atravesaba montañas de niebla enmarañada en las laderas, dejando la cumbre al descubierto. De pronto la cabeza aturdida, el cuello rígido, la sien acorchada. El corazón bamboleante. El miedo. Busco el valium, el amargo elixir. Respiro hondo. Escucho la música. Pero el miedo me vence. Me dentengo en un área de servicio. Aún quedan 10 km hasta D. Deseo que termine el suplicio. Me incorporo a la autopista, con la cabeza reposada en el asiento, con el pánico invadiendo el espacio circundante. El pánico. De dónde procede. Creo que voy a desvanecerme, a perder el conocimiento y el control del coche. Ya me ha pasado otras veces, pienso, es sólo tu organismo, que te genera una mala pasada. Esta adolescencia tardía en la que me hallo, este no controlar el cuerpo, este sentir con todo el cuerpo, dejando la mente recatada en casa...
Llego a D. No hay sitio para aparcar. Busco y no lo encuentro. Entro en el párkin. Me da igual pagar. Apago el motor diabólico. Respiro hondo. Una, dos, tres veces. Subo al servicio de ojos y me dicen qué mala cara tienes. Qué mala cara tengo. Qué sueño me da ahora el valium. Pero me esperan horas de trabajo, de enfrentamiento con seres que precisan mi consuelo, mi verbo apaciguador. Si ni yo mismo estoy apaciguado. Qué contrariedad. Deberían los médicos construirse como PCs, y que ejecutaran sus actos sin pasión, sin subjetividad, con orden y claridad.

Ahora sólo quiero dormir.