jueves, 1 de diciembre de 2011

DE BISUTERIA

Hay días en que es mejor no osar levantarse de la cama. Despellejar la idea. Desprenderse del instinto de supervivencia que nos impulsa acudir a trabajar para "tener así algo que hacer; algo, sí, valioso y cuantificable, compensatorio, moralizante y moralizador, (des-) moralizante".
Pero existen tantos imperativos, ah, los imperativos, ésos... He cargado con el cuerpo des-alado y grávido, con el cuerpo que arrastraba a un metro tras de mí, reptante como una sombra. Serpenteante.
Ay, el desayuno, la radio del desayuno, las noticias y el café, el bocadillito de marras para no sucumbir a los desmayos por la inanición a la que nos aboca la intelectualidad más pura... Qué desnutridos quedamos cuando ascendemos del pensamiento profundo, ay, cadáveres quedamos, a las once, qué hambre desaforada , y el bocadillito que me nutra, me nutra...
Ay la ovación inicial de las ocho y media, los laudes, los oropeles. Ay la salvación, la salvación, la mano en la frente, la bendición, ¡la cura del ojo! La mistificación. La megalomanía, la megalomanía.
Pero ay la espera, la mirada despiadada, la lengua como látigo que me empapa, y las cenizas, las cenizas.
Ay la bicicleta que arrastrara mi cuerpo desnaturalizado, desmitificado. El regreso, la casa fría, las amigas. Me caldean la estancia con su aliento. La casa fría...
Ay el regreso al quehacer, a la imposición de manos sobre las miradas inhabilitadas, al resquebrajamiento de la forma, la masa, el volumen. Ay el sentirse desdichado, ay el joderle la vista al anciano, ay ay ay. Ay los reproches, ay el cansancio vencido por el miedo al fin, ay las fuerzas que me invaden por el miedo que ha vencido al cansancio para regresar a casa en la bicicleta con el lastre del cuerpo que pesa más que nunca, y la mente desvaída, no la quiero, así tan sucia, tan de harapos, no la quiero; quiero el lujo y el oro.
Me quiero de oro.
Ay la casa fría, la cena escasa. Ay la mente tambaleante, ay. Me siento, ya me siento, las piernas duelen, el cerebro aprieta. El miedo, la culpa. La posibilidad del error. La imposibilidad del no-error. ¡Ay las manos! Si se las mirara pareciera que tuvieran vida propia. ¡Ay mis manos! Fueron ellas, no yo. Me despojo de la culpa y el perdón. Fueron ellas, se movían, cómo se movían, aleteando sin sigilo sobre la mirada del pobre viejo, y la grieta en el volumen y en la forma de su ojo que no es ojo, ya, si no D-E-S-P-O-J-O.
Hay días en los que es un error el levantarse, siquiera, de la cama. Hubiera permanecido echada, mirando a la ventana, escuchando el goteo interminable del váter. Hubiera buscado la postura eterna. Hubiera habitado en mi cama durante todo el día, alimentándome de mi saliva, tragando la saliva sin ejercitar la mandíbula para nutrirme. Mi cama es mi reino. Y fuera de ella estoy en el exilio.
¿Y mañana? No se sabe, quién lo sabe.
Yo quiero aventuras trepidantes, yo quiero pasear por calles que me lleven a un recodo que desconozco. Yo quiero un cuerpo alado y la piel dorada. Entonces resplandecería y cegaría a todos cuantos me mirasen y yo sería la luz.
Y sin embargo, me oscurezco. Oscurece. Está oscuro.
Y hace frío.

lunes, 21 de noviembre de 2011

LA TAPADERA

Negro lo es todo, como el cielo de este litoral que se empeñara en reflejar nuestras conciencias y no al revés. Hará ya unas semanas que llovía y los días se acababan pronto, qué rabia la brevedad de los días y ese abrir los ojos para captar la luz del todo insuficiente. No sé si debido a los años transcurridos, los míos, pero desde hace meses el otoño se ha extendido como una manta que me tapa y me abrasaba en el verano con su calor inapropiado, y me enfriará en los inviernos con su escaso abrigo que aún no concibo. No sé si los años ya pasados me acercan más y más a la negrura, la negrura antes entendida como un fin, ahora entendida como un todo, y negrura ahora, ahora más que nunca. Soy un insecto atrapado en un bote de tapadera gris, y a la vez me tranquiliza ese saberme amparada por un fin que es estático y que da menos miedo, porque la negrura se quedará ahí,  cubriéndome como una manta, un abrigo, un tapiz.
Ya nunca rompe a llover, ya no, antes sí. Y el cielo está quieto y las nubes quietas y los ojos tremebundos se me diluyen. Pero me detengo y sé que no necesito más amparo que el de mi tapadera gris, asfixiante, tranquilizadora.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

EL TERCER SEXO

Los hombres han logrado alcanzar un estado que yo llamo GÉNERO NEUTRO o TERCER SEXO el cual resulta, en verdad, envidiable. Esto es, ante un hombre la condición de género queda inmediatamente diluida por todo "lo otro" que lo conforma y lo define: portador de bata y estetoscopio: doctor; portador de mallas ajustadas: bailarín; portador de gorro blanco almidonado: cocinero; portador de batuta y cadencia: director de orquesta; portador de volante y estampita de santo: taxista.
La mujer, ah la mujer. En la mujer aún no se han logrado aislar todos los apéndices sobresalientes, abultados y abominables de aquellos "otros" que persisten en un plano posterior y que bien podrían, asimismo, definirla: portadora de bata y estetoscopio: mujer doctor (mis tetas quedan a la altura de la mirada ingrávida de mi jefe, o eran mis tetas las ingrávidas, o su pene, quién sabe, cuando me habla); portadora de tutú y zapatillas rosadas como el vientre de un erizo: mujer bailarín (esa fragilidad de las articulaciones, podríamos disgregarlas y hacer de ella un solo tronco penetrable y perpetuable); portadora de gorro almidonado: mujer cocinero (como mi abuela, o mi madre; cómo alguien iba a aguardar un año y medio para tastar su guiso de lentejas si la condición de preparadora-de-lentejas es innata e indisoluble de su especie. Nota: mi abuela era una pésima cocinera); portadora de batuta y cadencia: mujer director de orquesta (se me ocurren otros sitios más angostos donde meterle la batuta); portadora de volante y estampita: mujer taxista (con esa delantera no necesita airbag adicional).
Qué le vamos a hacer, estamos tan adorablemente horadadas que una ya no sabe si la oquedad que la define es la de falo por error invertido, o la más propugnada de cero a la izquierda.

domingo, 13 de noviembre de 2011

MI PADRE

Mi padre está estudiando griego clásico para leer el Nuevo Testamento en su lengua original. Y ahora ha empezado también con el hebreo clásico para leer el Antiguo Testamento en su lengua original. Y hasta sánscrito para leer los Vedas... Mi padre abandonó el seminario hace años y durante una época se dio a la bebida. Nos amó de manera entregada pero blasfemando a cada rato. Con el aliento pestilente de vino barato. Su quietud de las tardes tras la siesta, inmerso en sus libros, en el silencio rancio de las tardes en que yo estudiaba en mi habitación y todo estaba quieto y a mí me inquietaba todo porque pensaba que eso no era la vida. La tarde trascurrida y yo leída y estudiada hasta la médula y luego las conversaciones sobre autores que él leía y a mí me daba miedo tan solo el abrir alguno de esos libros. Mi padre se cree ateo pero lee con furor las Sagradas Escrituras en su lengua original. Aún perdura su hábito inquebrantable de las tardes en penumbra, leyendo. Y ahora en el otoño me da pena, tan menguado de viejo que se ha vuelto, tan sin vino, sin delicias culinarias, sin su disartria ni sus blasfemias, tan dulcificado. Y yo menos estudiosa de ciertos ámbitos y más curioseadora de ciertos otros que me atañen más. Seguimos conversando en las tardes en que voy a verlo, tanto silencio, tanto de iglesia. Mi tío materno es monje de clausura de la orden cisterciense y cuando viene a vernos en las contadas ocasiones en que osa hacerlo lleva su hábito y a mí me da vergüenza pasear con él, como la vez que vino a verme al hospital para que le graduara la vista, aquellas gafotas tan ajenas a la moda y el olor de la tela del traje que portaba. Recuerdo los viajes a Palencia, a San Isidro de Dueñas, todos los críos en el coche y el monasterio más fascinante que mi imaginación de la infancia hipertrofiara para deleite de muchas noches de ensoñación. La sopa de patata y el pan de la mesa, el olor a incienso y los cantos de mi tío, las oraciones... Mi padre visitó hace poco el monasterio y pernoctó algunas noches y se levantaba con los cantos y miraba las misas y oía los maitines y el resto de nombres que no consigo recordar*. Pero él sigue siendo ateo, como yo**. Y toda esa vida me es tan ajena que causa hasta repulsa por lo trasnochado y lo caduco de sus ideas. Pero aún esos sueños del monasterio me reconfortan y mi padre mostrándome la grafía hebrea realmente compleja me gusta, y esa penumbra de las tardes y el sol cayendo del otoño y la estufa y las naranjas y el silencio de siempre, me gustan también y siento que se trata de una vejez prematura que me acompaña, yo, tan joven que parece imposible que no haya llegado ya al fin de mis días.



* Visita a la Wikipedia: 
  • Maitines: medianoche
  • Laudes: al amanecer, habitualmente sobre las 3:00
  • Prima: Primera hora después de salir el sol, aproximadamente las 6:00 de la mañana
  • Tercia: Tercera hora después de salir el sol, las 9:00
  • Sexta: mediodía, a las 12:00
  • Nona: sobre las 15:00
  • Vísperas: tras la puesta de sol, habitualmente sobre las 18:00
  • Completas: antes del descanso nocturno, las 21:00

** De todo aquello queda una pasión insólita hacia la música antigua: Tomás Luis de Victoria, Monteverdi, Bach, Biber...

Misa Criolla - Gloria (Léolo)

sábado, 5 de noviembre de 2011

ENVIDIAS

Cuánto tiempo hace que no expongo mis despojos aquí para que me deis patadas y me tiréis escupitajos. Me he comprado el libro de Viola Di Grado que ha generado  no pocas discusiones en no pocos blogs porque he pensado que tal vez me asemejara yo, o se asemejara ella (que es menor que yo, aunque ella ha publicado y yo no, quién escribió antes, aquél que antes fue publicado o aquél otro que escribe en el anonimato de su VAIO) a mi forma de escribir. Y es que una ya no lee por el mero placer de la lectura, edificante, sino que mira y remira los ardides del ser ganador de un premio y del ser publicado en una editorial...
Por mera curiosidad, no se vayan a creer, considero que el acto de publicar es el más osado acto de vanidad jamás cometido por nadie...

martes, 20 de septiembre de 2011

EL CEÑO

La verdad es que sí, era de labios fruncidos. No había sido consciente hasta que se lo dijera una tarde J. mirando fotos antiguas. El exclamaba: pero qué preciosa estás en estas fotos… Lo que a ella incomodaba bastante porque sabía que no era cierto, que aquellas fotos no rebosaban erotismo ninguno… Tal vez el erotismo era una pose, y como tal, forzada. Tal vez el erotismo era aprendido, pero ella sabía que sí existía una belleza universal de la que siempre había carecido. Por eso, cuando miraba las fotos antiguas, con aquellas cejas gruesas como maderos, aquel pelo que nunca se ajustó al marco de su cara, aquella barbilla salida que invalidaba la posibilidad de que todos los rasgos faciales permanecieran en el mismo plano… Cuando miraba aquella mirada de la adolescencia, penetrante para así equilibrar la ausencia de un atractivo mayor, una mirada que, por la miopía, viraba del verde desvaído al azul, oculto el color por las cejas velludas… Nunca le agradó su cara.
Se había arrancado algunos pelitos de las cejas con las pinzas antes de ir a la peluquería, como siempre, al azar. No encontraba ninguna línea anatómica que la guiara en su proceder. Así, las cejas quedaban despeinadas, desiguales como dos gatos hechos un ovillo. La peluquera la invitó a retocarlas y se excedió en su empeño. Ahora dos leves líneas quedaban de todas esas guedejas oscuras.

martes, 13 de septiembre de 2011

TENGO TENGO TENGO, TÚ NO TIENES NADA...

Tengo: alergia otoñal, al inicio del otoño, al veranillo de San Martín, al final del verano, al cambio estacional o de temperatura. Todas las mañanas sorbiéndome los mocos como un colegial y empapando los pañuelos de cuatro capas marca Hacendado.
Tengo: incontinencia urinaria, con urgencia miccional y tenesmo, que no sé qué se me hizo en los fastuosos encuentros de antaño con la uretra diminuta de fémina que tiende a la colonización bacteriana, rápida y pronta.
Tengo: dolor de estómago a punta de dedo que empeora después de cada ingesta, como rezaba el código semiológico para las gastritis.
Tengo: tanto y tanto vocabulario aprendido e innecesario de la jerga médica que ya no utilizaré nunca más.
Tengo: miedo y picazón ante la incertidumbre del más allá, del más acullá, de mañana, de pasado mañana y al otro, de dentro de un mes, de seis meses o un año. Y el aburrimiento de no saber reutilizar el ocio. No saber, no. No saber.

domingo, 28 de agosto de 2011

EL DEDO

Había tal oleaje que me tuve que agarrar con más fuerza si cabe a las rocas que no eran rocas sino púas, de peines o de erizos, pero púas, verticales y cortantes como cuchillos, como peines, como erizos, figuras geométricas de aristas irregulares y sobreabundantes, era como cabalgar en los poliedros, en los hexágonos, en los octogenarios, y un corte en la yema del dedito ha quedado impreso, zas, tajo tajante de las superficies abisales, y las yemas insensibles por el corte y por la sal que lo endurece, al corte, y lo cura y lo sana pero aún duele, y el tacto no es tangible, no es factible, que no siento lo que toco, por la sal y por el corte en la yema del dedito, pero erre que erre proseguía y logré zambullirme de un salto alejada de las rocas erizadas, de un salto ya casi casi en alta mar, con las gafas sucias y la miopía que todo era negrura, y las nubes reflejadas en las olas y en el fondo, más negrura, y en la negrura trazos blancos de medusa que se acerca y me acojono, el objetivo sí está lejos, parecía menor la distancia desde la orilla, maldita orilla, que el objetivo no es posible de alcanzar salvo cerrando los ojos y tratar de no pensar en las medusas y en las sirenas y en los neptunos, pero el oleaje me sacude como zarandeo a lo ¡espabila! y yo nado y nado sin mirar lo que nado, pero abro los ojos y veo las estelas de medusas de color blanco fantasma y entonces decido regresar, sí, porqué no, regresar que hoy hay oleaje, y deshago el camino nadado, lo voy desandando a nado, lo voy desnadando, y parecía cercana la orilla pero tampoco era cierto, las nubes pasan raudas pero liberan al sol trago agua y sigo y llego a la orilla, a las rocas, remolinos, se arremolinan las aguas en torno a las rocas y me empujan las corrientes o las sirenas o los neptunos, me empujan y no atino a salir, y me agarro de una roca que pincha como una estaca de drácula pero al agua le da igual porque me arrastra hacia un lado y siento miedo, pero insisto y saco más fuerza si cabe y ya salgo de los tumultos de este mediterráneo que un día le da por estar tumultuoso, maldito, y mi dedo...

jueves, 25 de agosto de 2011

¿QUE?

Bueno, un paciente me ha traido vino de la tierra, como él dice. Bueno. Pero dios santo, no imaginé que lo fuera a traer en una botella de dos litros de Agua de Bronchales. Una botella de plástico de la época de Maricastaña. Le he pegado un buen trago a la botella de plástico manoseada y arrugada cual oruga moribunda entre paciente y paciente y me ha recordado al sabor del vino de bota que mi abuelo me daba.

Bueno. Ayer me preguntaron: ¿Qué vas a hacer mañana por la tarde? A lo que yo respondí: Hummm, ¿nada? Y me replicaron: ¿nunca tienes nada que hacer? Y yo pensé: Sí, estudiar, escribir, leer... Pero ninguna rutina, ningún orden y concierto, ningún almanaque del espíritu. Y pensé: ¿Qué hacen las gentes en sus casas por las tardes, cuando ya el trabajo ha pasado, cuando uno no tiene un trabajo vespertino porque quiso tener las tardes libres, qué funciones desepeñan? ¿La de padre, la de madre, la de limpiador de motas de polvo, la de paseador de perros, la de visionador de concursos de la tele en la tele, la de deportista de élite, o deportista de postín, la de esposa, la de esposo, la de inventor de cosas aún no patentadas, la de escritor de cuentos infantiles? ¿En qué es lícito ocupar el tiempo? ¿En qué es más lícito? ¿Matricularse en filología por la UNED, seguir con el inglés infinito? ¿Ser amigo de los amigos? ¿Ser una vapuleadora de la belleza propia y pintar, esculpir, teñir, perfumar, aderezar los órganos?

¿Qué haría Goethe por las tardes, sin televisión, en Weimar, rodeado de criados y siervos y lacayos? ¿Qué haría Rilke por las tardes, taciturno y desmedido como él solo? ¿Qué hará el papa por las tardes en las horas íntimas de la primera tarde, retirado en sus habitaciones? ¿Qué hará Belén Esteban por las tardes en su pisito de Madrid?

¿Qué hace la gente? Quisiera saber yo. Qué hace la gente en sus casas para matar el tiempo que pasa hasta que nos mate él a nosotros...

Lo ignoro.

Y sufro.

miércoles, 24 de agosto de 2011

COSAS QUE HE PENSADO

Algunas cosas que he pensado mientras me palpaba el afta del paladar con la lengua:

1) Si se bebe (alcohol) durante doce horas seguidas, aunque una trate de engañarse creyendo que "una cañita más" no va a perjudicarle a una, si se ingieren pequeñas cantidades cada vez pero de manera prolongada en un tiempo largo de, digamos, doce horas, el efecto es más contundente que si se bebiera la misma cantidad durante una hora, pongamos... Me ha recordado a mi dentista, que me dice que el secreto de lavarse bien los dientes consiste en la perseverancia, y no en la fuerza con la que se haga. Hoy he pasado consulta con una resaca estomacal que me ha hecho angustiarme pensando que bueno, que "una cañita" no podía ser la causante de mi ardor infernal, y lo he atribuido a una úlcera gástrica imaginaria, pero entonces he recordado el tema ese de la "caña" infinita y bueno, me he tranquilizado y he pensado que a lo mejor no había úlcera, sino resaca, y me he tranquilizado aunque me temblaran las manos como a un alucinado de elefantes rosas con el hígado a punto de estallar...

2) Es increíble el poder que otorgamos a ciertas cosas... He estado no menos de veinte minutos en la puerta de casa, con mi ardor de estómago infernal, mi hipoglucemia secundaria y el sueño espeso de manta de invierno, veinte minutos, digo, porque una mantis religiosa gigante, la misma que me ha saludado por la mañana, estaba custodiando la entrada. La puerta se abre hacia adentro, por lo que la idea de abrir la puerta e introducirme corriendo en el portal me resultaba de una intrepidez supina y de la que yo, en mi lamentable estado, carecía (carezco). La idea, como digo, de introducirme corriendito en el portal, casi rozando su cabeza móvil con mis pantorrillas e interrumpiendo su tenebrosa danza, dándole así motivos al césped ese para abalanzarse sobre mi tenue cuerpecillo con las fauces abiertas, la mera idea me resultaba insoportable. He tratado de espantarla con un folleto de propaganda de Media Mark, pero la caña de bambú no se inmutaba, solo levantaba sus patas traseras a modo de desafío y movía las dos delanteras más ganchudas como relamiéndose por un festín que se sabe inminente. El trozo de hoja no se despegaba de la puerta, por lo que he llamado por teléfono a varias personas que se hallaban a varios kilómetros de mí de distancia, como si su mera conversación pudiera hacer que el gigante desapareciera. Pero nada, ahí proseguían la furia y mi impaciencia. Finalmente, hice bajar a un motorista que pasaba por allí y de un manotazo apartó a la pajita flúor de mí... El gigante no ha mostrado resistencia y entonces se ha desinflado y se ha hecho pequeñito, del tamaño de un saltamontes, pongamos...

3) Desearía, cómo lo desearía, tener una esposa esperándome en el hogar con la comida preparada... Y que luego, zas, se esfumara para volver a la hora de la cena y luego al desayuno del día siguiente. Hoy me espera sopa de sobre para comer...

4) No puedo evitar sentir en ocasiones, como hoy, por ejemplo, una gran y profunda tristeza de, por, hacia mí misma.

lunes, 22 de agosto de 2011

VIRGENES

La mejor definición de pija que he oído en mucho tiempo: "Esas niñas de ahí son las típicas estudiantes de derecho que pueblan las aulas, ya sabes, hiperdelgadas, hipermorenas y con esa expresión de aparente virginidad con que tratan de tranquilizar a sus padres que ignoran que ya no lo son".

(Mi hermana dixit, estudiante de derecho).

viernes, 19 de agosto de 2011

SEIS SEIS SEIS

Creo que porciones de tiempo que engloban seis meses es a lo que se reduce mi existencia, que lejos de ser un continuum son renacimientos y muertes de seis en seis.

sábado, 6 de agosto de 2011

EL YUGO.

Sordidez. No puedo, no puedo no aprehenderla por todas partes, desde todas partes. Caminaba por El Carmen con mi amiga la psiquiatra y un viejo hindú o paquistaní me guiñó un ojo desde su bicicleta desdentada... No, desde su sonrisa desdentada... Me guiñó el único ojo que tenía sano, pues el izquierdo permanecía ajeno a la motilidad de su hermano, recubierto por el párpado inválido como los personajes embolizados por el Vietnam que pueblan mis sueños... Me guiñó su ojo derecho y me sentí bien, una puede despertar guiños en ojos ajenos pese a la delgadez imperantes de estas latitudes y a la belleza usurpadora de estas latitudes... Me ofreció una rosa. No quiero una rosa tan pequeña envuelta en un plastiquito para que se pudra en un solo amanecer. No la quiero. El señor vendedor me extiende la mano en señal de complicidad y la estrecho y está áspera y caliente. Me mira fijamente a los ojos, desde su único ojo, cíclope inconcluso...

Ay....

Mi amiga la psiquiatra y yo hablamos de la vida, de la treintena recién estrenada, de los niños que no sabemos si vendrán algún día... Uf... Le cuento que le quiero regalar el último libro de Onfray donde el autor pone a caldo a Freud, y ella me dice que no, se pone roja y nerviosa, no, no quiero una crítica a Freud... Hablo del prólogo escrito por el propio Onfray donde se reduce el psicoanálisis a diez postulados que él va desmitificando. No se puede reducir todo el psicoanálisis a diez postulados, argumenta ella... Tal vez tenga razón. No se puede.

Unos chicos pasan presurosos junto a nosotras y cogen una botella de Fanta de limón light que pernoctaba en una maceta que había al lado justo de nuestra mesa.

Hace un calor que no se puede aguantar, y me recojo el pelo humedecido por la brisa marina en un moño maltrecho y lánguido. La camiseta se me pega a la carne reblandecida y veo a todas esas chicas de pelo lacio y suelto sin ninguna gota de sudor que surque sus sienes... Mi amiga me habla de los tacones, la conversación deriva en temas eminentemente feminoides. No puedo, le digo, no los aguanto. Cómprate unos, me dice ella, así serás más alta y estarás más cerca de la luna. Quisiera ser tan alta como la lunaaaa, ay ay, como la lunaaaa, tararea alguien en el cogote resbaladizo.

Caminamos por las calles angostas. Mi cuello se doblega ante el peso del collar que me ha regalado y que sé que jamás me volveré a poner, pues otros yugos lo comban ya...

Ya en casa, me quito el sujetador y compruebo que el calor ha fundido el metal de los aros y me ha tatuado una línea argenta, oculta bajo las mamas colgantes. Mamas bamboleantes. Bolas. Peras. Masas. Tumores. Tetas. Senos.

Recuerdo una frase que me ha dicho mi amiga la psiquiatra. Cada vez pienso más en la muerte como un descanso real para aquellos que sufren. Sí, digo yo, el descanso definitivo. Pero no hablemos de ella cuando no esté delante, que es de mala educación...

Ay, los treinta y sus reflexiones malditas...

viernes, 5 de agosto de 2011

KNOCKEMSTIFF

No sé si será por efecto del libro bendito que estoy leyendo que ahora no puedo por menos que ver lo desgarrado del alma (des-)humana por doquier. Así que, con el permiso de mi amigo J. que no le he pedido, transcribo algunas palabras que me envió ayer: "Acabo de llevar al Eusebio a su casa. La Mari se ha ido a tomar unas cañas y yo acabo de poner una lavadora, así que imagínate el panorama."  Este fragmento me ha parecido maravillosamente doméstico, poderoso y vivo, como parecen serlo los cuentos de Pollock...Lo que más me intriga es el final: "imagínate el panorama". ¿Un panorama desolador? ¿Deseperanzador? ¿O un panorama de paz y tranquilidad donde reposar la cabeza extenuada? Lo ignoro.

Los cuentos de Pollock... Pregunto a Olmos en su FrS dónde reside el valor literario de esta obra, y él la califica de poderosa, viva, provocadora, divertida. Bueno, de momento no he emitido ninguna carcajada ante las desventuras de esta panda de zombies, como los llama Kiko Amat en el prólogo. Es más, cuando leo el libro no paro de rascarme, pues un sarpullido imaginario me cubre la entrepierna y el antebrazo. Y no paro de sentir la cabeza de corcho como tras una resaca monumental, y la boca se me pone pastosa y siento la aspereza de la cara interna de mis dientes al pasar la lengua...

Veamos... Ayer cumplí los 30, y mi cintura abdominal mide 95 cm. El riesgo de padecer una enfermedad cardiovascular en las mujeres aumenta con una cintura abdominal por encima de 80 cm. Carezco de la fuerza de voluntad necesaria para seguir cualquier tipo de dieta... Sigo fumando pese a las prohibiciones del médico tras la lesión que me extirparon en marzo... Y debo pedir cita con el ginecólogo para hablar de cierto asunto. Ultimamente ya no consumo valium con la avidez con la que lo hace Geraldine con sus deditos engrasados por los palitos de pescado podridos que guarda en el fondo de la bolsa de pañales de su desafortunado bebé. Pero antes de irme de vacaciones compraré otra caja para prevenir los ataques de pánico que también posee Geraldine, seis mese ya sin salir de casa, la pobre...

En ocasiones una siente la necesidad de sumirse en la nada, no sé si será por efecto del calor en esta hondonada que es D. en el mapa español, o por el efecto del frío en esta hondonada que es D. en el mapa español... Y no recurro a las anfetaminas como los personajes de Pollock, pero podría permanecer sumida en un estado de aletargamiento del que me privaría el sentimiento de culpa aprendido por no ir a trabajar.

No me gusta salir de fiesta, pero la sordidez la llevo pegada a la suela de los zapatos y la trato de rascar con la uña como un trozo de excremento seco de años de evolución. Quiero decir que sí, que empatía sí, como dice Kiko Amat en el prólogo, que por alguna extraña razón no puedo evitar sentir que podría sentirme identificada con alguno de estos personajes en cualquier momento, a un chasquido de dedos. El cuento Un domingo de lluvia, en el que una cuarentona se lleva a su sobrina a la caza de hombres borrachos a los que llevarse a la cama, gorda y peluda la fémina, no sé, ha despertado todas las alarmas. Nunca tuve una predilección excesiva por los métodos actuales para eliminar el vello del ombligo, de los tobillos o de las entrañas. No me embadurno la cara con sombras que aderezcan mi mirada porque no sé cómo se utilizan... Y sé que no ahogaré las primeras canas bajo tintes artificiales por pereza, probablemente. Y por un miedo a lo artificial que no sé de dónde procede. No uso zapatos de tacón porque mis pies planos impiden una curvatura adecuada del empeine para llevarlos. Y mi vestuario se empequeñece ante la grasa que me cerca y me asfixia como una soga...

No sé, no es tan fácil no llegar a ser un personaje de Pollock...

lunes, 25 de julio de 2011

DEMONIOS

Hemos salido mucho este fin de semana. Como vino mi hermana a verme a D. he tratado de aprovechar para alardear de mis buenos amigos, y de mi atractivo compañero que habita junto a mí en un intento de colonización mutua, alcanzando cierto éxito en el empeño.
El viernes bajé al pueblo a dar una vuelta por la tarde que últimamente no nos azota el viento de poniente y nos es permitido andar. Vino I. a reunirse conmigo y compramos ropa y bebimos cerveza. Consumimos, pues, para mantener despierta la rueda de la moderna economía... Charlamos de lo banal y de lo que menos duela al alma democratizada y edulcorada de estas latitudes, que es la que abunda... Y no hablamos del hambre que asola el cuerno de Africa, ni de las migraciones de los somalíes a la vecina Kenia, ni del dolor de las madres al decidir qué hijo salvar... Fuimos a casa de I. y ella se duchó y se engalanó. Gastó no menos de 30 litros en el aseo pertinaz y yo puse la TV y vi algo de un atentado en Oslo, la grisura imperante de Oslo, el cielo gris y los edificios grises hechos añicos por televisión, y la juventud rubia y rota. Rota por algo de una matanza en la isla de Utoya... Se habló de grupos islamistas, divisiones de Al Qaeda con que se amenaza la democracia de estas latitudes. Se habló del terrorismo que ha fundado el fundamentalismo islámico. Se habló de moros que mataban jóvenes en una isla...

Se lo comenté a I. de pasada, mientras ella salía de su habitacion rodeada de una aureola de vapores embriagadores y encaramada su mirada a los alféizares de las ventanas más altas... ¿Ah sí? Qué fuerte, fue todo lo que dijo.

Nos reunimos con J. y no hablamos del tema, él no lo sacó, yo tampoco. Hablamos de chicos, J. decía que I. no le diera más vueltas al asunto (a un asunto de penes desusados y corazones inhabilitados). No hay que obsesionarse. Pero yo no le dije a J. que prefiero la obsesión porque lleva a la subversión y a la acción...
Así pues, el viernes, aún no llegada mi hermana, fuimos a cenar tapas baratas a una callejuela de ambiente andaluz, a fumar y a beber cerveza de barril sin gas con gusto a madera sudada, que me traía imágenes portuarias de gotas que perlan la frente de algún estibador bajo el sol de la tarde frente al mediterráneo... Más tarde fuimos a un bar de moda aquí en D. y había gente joven, sumida en la enfermedad que es la juventud en estas latitudes, que se pavoneaba y se contorsionaba y se azuzaban unos a otros... Luego fuimos a dormir. Creo que esa noche no hicimos el amor.
El sábado llegó ella por la mañana. La casa estaba soleada por ese abrazo matutino del calor desde allá donde nace, el este, y su abrazo recorría la casa silenciosa y limpia. Quería impresionar a mi hermana y la limpié. Qué grande y qué bonita, exclamaba ella. Sí, este es mi nuevo hogar fundado aquí en D. Quería impresionarla y demostrarle que yo sí sé vivir alejada de las faldas de pana maternas y de la mirada cuidada paterna. Le comento lo del atentado y parece sorprendida. Me siento aliviada, pensé que una matanza a un grupo de jóvenes en una isla enterrada en sombras y agua helada no interesaba a los jóvenes de hoy que gastan 15 euros en ir al Mc Donald1s y luego al cine a ver películas sobre matanzas de jóvenes en islas enterradas en sombras y en aguas heladas...

Fuimos a la playa con el coche, aquí lo hacemos todo con el coche. Tal vez es el calor el que nos ayuda a justificar nuestro gasto de diésel y nuestra ausencia de gasto "energético" (sedentarismo atroz en el que vivo sumergida). Pero fuimos en el coche. El cielo era de un blanco sucio que contrastaba con algunas nubes macilentas, como en uno de esos anuncios de lejía en que se compara una manga de camisa blanca lavada con el detergente de moda y otra sin él. Solo que en este caso no había blancor ni en el cielo ni en las nubes.
Mi amiga la noruega me escribe un sms sobre el atentado. Conmocionada, aterrada, me escribe que aún no se sabe la cifra de muertos pero que se trata de un joven noruego perteneciente a un grupo de ultraderecha y que había actuado solo. Mi hermana y yo mostramos auténticos signos de sorpresa y estupefacción. Un racista islamófobo... cuando justo unas horas antes habían sido acusados los grupos islamistas...

El fin de semana transcurre entre pubs de moda, cubatas a 8 euros que nos podemos permitir, arroces junto al mar y música atronadora. Ha muerto Amy Winehouse este fin de semana, a los 27 años. La gente parece más sorprendida que ante la noticia de la matanza de la isla de Utoya de la que nadie comenta absolutamente nada. Se lo digo a J. que dice que porqué me afecta esta matanza y no las muertes diarias en los países de "abajo". Le digo que, por desgracia, siento más empatía por los vecinos noruegos que por los lejanos africanos... Pero él no parece afectado ni por los somalíes trashumantes ni por los jóvenes noruegos pertenecientes a un partido socialista, tan jóvenes y ya inquietos, ni por la muerte de Amy Winehouse... Aquí no sé si será el calor pero nadie parece afectado por nada. Creo que es el botox que reduce las líneas de expresión hasta su desaparición y hasta el alma exangüe.

Hoy he soñado que a mi padre le daba un ataque, y se ponía morado y no podía respirar. Yo trataba de ayudarlo y pedía ayuda. Venían a socorrerme dos primos míos que no ayudaban a portar a mi padre al que llevaba yo en volandas, provista de una descomunal fuerza. Mis primos sólo me abrían el paso, ataviados en sendos trajes con corbata, pulcros y hieráticos. Me he despertado triste, angustiada y aterrada, no sé si por la asfixia de mi padre o por la imperturbabilidad de mis primos ante el sufrimiento ajeno...

Pero no hace falta soñar. El terror nos ha salpicado a todos este fin de semana y nadie, absolutamente nadie, parece haberse dado cuenta.

Demonios.

martes, 19 de julio de 2011

DULCE INFANCIA

Tengo los párpados inferiores hinchados como orugas desangrándose en el palo con que las pinchara el niño porculero de turno, como el que ahora mismo pincha y rechincha mi paz aquí en el trabajo... Gritos  pertinaces, agudos, chirriantes como puertas de goznes hipersensibles... Niños que se inventan las palabras porque no pueden mover sus lengüecitas más rápido que un cachorro de gato que aprende a lamerse las patitas delanteras. Entonces el niño porculero de turno, como el que ahora mismo grita en la sala de espera de acústica desesperante que multiplica en demasiados decibelios cualquier llanto desconsolado, el niño porculero grita porque total una mano gigante y amenazadora se cierne sobre sus ojos nuevos que aprenden lo nuevo con vete a saber tú que sospechosas intenciones...

Ojalá, y digo ojalá, pudiera yo gritar de pronto así cada vez que me sale algo mal o cada vez que no estoy de acuerdo con el proceder de los magnates de la ciencia (oséase, mi puto jefe), me tiraría al suelo y patalearía hasta caer rendido, y luego parlotearía un idioma nuevo para insultar a la gente que detesto sin que me entendieran con mi lengüecita, que no es nueva (pues muchas superficies y rincones y abreviaturas ha surcado como marinero las aguas del mundo) trastearía mi lengua entre los dientes malsanos palabrería malsonante que me inventaría como el puto niño de la sala de espera que no para de gritar "Amíiiiiiii, amíiiiiiiiii" en un intento de aunar las dos únicas cosas que conoce su cerebro casi inexistente y por supuesto, subdesarrollado: mami y a mí. Mi madre y yo. La que me parió y yo mismo, yo yoyoyoyoyoyoyoyo....


Por dios, mi instinto asesino (todos tenemos uno y el que diga que no, miente, por supuesto, banalidades del post pero tengo que ejercitar mi maltrecho dedo, a saber dónde lo habré metido...) mi instinto asesino está aflorando con cada llanto del crío ese. Le liberaría de los brazos del orco cualquiera que será su médico pero tiene que aprender que la vida es dura y está llena de obligaciones, y que algo es una obligación no cuando se lo impone uno mismo, sino cuando te lo imponen desde fuera. Haz. Ve. No. Coge. Corre. Piensa. Di. Habla.

Malditas cuerdas vocales tiernecitas como lombrices o como tripas de cordero lechal las que habitan su garganta, pues los sonidos que ésta emite me enfurecen por lo agudos, se introducen hasta lo más profundo, yo, que últimamente necesito el silencio y la paz, que algún tipo de autismo siempre me caracterizó y algún Gilles-de-la Tourette también, cagüendios...

Ahora otro dulce infante dice holaaaaaaa como si a mí me importara algo su existencia, y le contestan que-sí que-vale-que-hola-que-te-calles.

Me llega un paciente al que revisar justo justito cuando iba a tomarme un café...

Hostias.

sábado, 11 de junio de 2011

LA SEDUCTORA (2)

La seductora tenía una belleza casual. Casual como lo es la pose de un cuerpo desnudo para un estudio fotográfico: de aparente ingravidez pero demarcada por límites precisos. No era una belleza evidente. Era una belleza que ella, la seductora, sabía transmitir partiendo de elementos aislados: unos ojos color laurel, transitando entre el verde y el marrón. De cerca se adivinaban los pigmentos ambarinos que interrumpían la uniformidad jade. Parecían el polen esparcido por una abeja sobre una flor de otoño. Una boca irregular. El labio superior no ejercía el reflejo deseado que sobre una hoja de espejo se esperaría. Así, el labio inferior no correspondía a la imagen invertida del superior. Sobresalía levemente y de lejos el efecto era de pájaro que se acercaba abriendo  las alas desde una perspectiva equivocada. En el centro se elevaban como dos dunas en el desierto. Y descendían en suave pendiente hasta transformarse en una línea recta y oscura. Su cuerpo era proporcionado y amable. Unas extremidades delgadas que se unían en inequívoca expresión de gratitud a un tronco recio, abandonado al uso de los placeres. Las líneas de los senos se interrumpían en súbito encuentro con el vientre curvilíneo que borraba todo indicio de intencionalidad en la actitud suya de seducir desde un perfeccionismo abominable. Era un cuerpo con los signos del abandono propios de quien se sabe poseedor de otros atractivos más suculentos. Y precisamente ese halo ajado le otorgaba más belleza si cabe por la expresión de casualidad que transmitía. Un don recibido sin algarabías.

sábado, 21 de mayo de 2011

MIS AMIGAS (2ª PARTE)

Las putas de mis amigas lo son por muchos otros motivos... Define puta. Defino. Puta es aquella señora, o señor (emulando a Hillary) que te cabrea por una cierta languidez que no se corresponde con la realidad. Puta es aquél o aquélla cuya debilidad es solo aparente, utilizándola como arma de acercamiento y falsa empatía para con una. Las putas se acercan a una con falsa estupidez, falsa torpeza, falso discurso de hundimiento, para luego resurgir más fuertes y más guapas porque lo que esconden es un complejo de deidad. Son diosas, en verdad, las putas.
Así y todo, yo caí en sus redes. Cuando las putas de mis amigas temían hacer hydrospeed por aquello de qué fría estará el agua y qué frío el ambiente, 11º pirenaicos, que se corresponden con 4º mediterráneos aproximadamente, yo las creí. Y su debilidad aparente me animaba a animarlas, me espoleaba, me inducía a mitigar sus miedos y entonces era yo la heroína, la sabia inductora de autoconfianza, la diosa. Y ante sus "noes" repetidos yo insistía todo lo que podía. Utilizaba la palabra hydrospeed para todo, a lo subliminal, que dirían los publicistas: "¿Me pasas el pan?"  Hydrospeed, contestaba yo. "Dobles parejas" decía una. "Escalera de hydrospeed" era mi respuesta inmediata. "¿Qué compramos para comer?"  "100 gramos de hydrospeed picado", continuaba. Así, accedieron a reservar la actividad acuática de marras ante la amenaza de convertir todo mi vocabulario en términos derivados de ese neologismo de tintes griegos.
Y para Campo que nos fuimos, con un paisaje exuberante pegado al cristal del coche, y una negrura de nubes que resaltaba más el verdor de las hayas, o los pinos, no recuerdo... Y temblábamos todas de miedo y a mí me entraba una debilidad muy honda que trataba de ignorar. Pusimos música en el coche que sonaba a marcha fúnebre. Atajo de reos dirigiéndose al paredón, éramos, en el coche.
Al llegar, yo ya solo podía utilizar la palabra hydrospeed, y gritaba ese vocablo sin ton ni son. La encargada de la actividad era una chica joven embaraza que rezumaba felicidad por los cuatro costados. A su lado, su marido trataba de convencernos para hacer rafting. ¿Estáis seguras de que no preferís hacer rafting? Es más divertido. Hydrospeed, contestaba yo. ¿Pero con este tiempo os vais a meter en el río? Hydrospeed, contestaba yo. Mira que el rafting también es peligroso, y os podéis caer al agua, y tiene su riesgo y eso... Hydrospeed, seguía yo en mis trece cual autista empeñado en la pelotita roja...
Las caras de mis amigas eran de rafting, y más considerando que I. nunca había probado el hydro. Sólo en ese momento dudé un poco de mis primeras intenciones, por aquel discurso manido sobre la amistad y el compartir y el ceder y el respetar, en el que yo no estaba muy ducha, no...
Entonces la suerte se encargó de decidirlo. Y salíó la cara de la moneda y comprendí que el destino quiso que       pusiéramos a prueba nuestra resistencia en el agua.
Entonces, cuando ya la decisión estaba tomada vimos a un grupo de adonis, altos, rubios, de sonrisa abierta en abanico y mirada fulminante, que se dirigían en masa a una de las barcas del ranfting... Maldición. Eramos 3 solteras de las 5 y allí se esfumaba una posibilidad más de no morir solas...
Nos vestimos con el traje de neopreno grueso que hacía que el sudor oliera a alquitrán, nos enfundamos el chaleco, el casco, las aletas... Y nos fuimos al río Esera con nuestras tablas. Qué contenta estaba yo. Qué miedo (falso, ahora lo sé) percibía yo en las miradas de las putas de mis amigas. Que no era miedo, miedo no era ninguno, pues al meternos en el agua llena de corrientes, rápidos y rocas ellas se deslizaban por sobre la blanda superficie como sirenas en la mar, eran las sirenas con cuyos cantos morían los marineros, de tan zorras que son las pobres. Allí estaban, avanzando contra corriente sin dificultad, aleteando con elegancia de cabareteras, las cabronas. Con lo que fuman, las zorras. ¿Dónde está su capacidad pulmonar mermada por los humos ingeridos largamente durante largos años? Allí que iban, las falsas, sin miedo, con arrojo, con el valor que a mí me desapareció en cuanto introduje una aleta en el río revuelto. Yo me asfixiaba. Yo no lograba avanzar por más que aleteara. No encontraba el modo de aletear sin golpearme las rodillas contra las rocas del fondo, que el río no estaba muy crecido, no... Y la corriente me empujaba en sentido contrario, y nunca las alcanzaba, a las cabronas, yo que trataba de fumar mucho menos que ellas, sedentarias y futuras portadoras de una válvula aorto-pulmonar de bovino... Yo parecía el fuelle que aviva el fuego en las casas antiguas. Y las veía alejarse, y mis piernas temblaban del esfuerzo sobrehumano. Y el monitor me preguntaba, tan seguro en su kayak: ¿Vas bien? Y yo le decía: La verdad es que no... Y se iba, sonriendo e ignorando que yo no bromeaba.
El tramo a recorrer era infinito, nunca una hora y media fue tan larga y llena de horror, nunca. El casco me tapaba los ojos, y mi miopía me impedía ver más allá de las aguas enturbiadas. De pronto, no vi una piedra que habitaba bajo un salto de agua y allá que estampé mi maltrecho tobillo izquierdo, portador de dos esguinces mal curados.
Yo me agarraba como podía a mi tabla pero mis bíceps ya no podían sostener mi peso. Y las zorras de mis amigas surfeaban sin remilgos, sorteando piedras y saltos, atrapando las mejores olas sin perder la compostura ni el casco, sin despeinarse a penas, y hablando animadamente porque aún el esfuerzo, nimio para ellas, les permitía hablar y comentar las mejores jugadas.
 Putas mentirosas de miedo fingido... ¿También es falso lo que fumáis? ¿El humo del cigarro es limpio aire que respiráis? ¿Las grasas saturadas que ingerís a diario son antioxidantes en vuestros organismos de diosas?
Nunca más... Nunca.

domingo, 8 de mayo de 2011

PARIS, JE T'AIME

Adoro París. Creo que en otra vida fui francesa, pero más que francesa, parisina, si se me permite. Porque sé que la mayoría de franceses detestan a sus compatriotras de la gran urbe. Pero yo adoro París y sus habitantes. Suspendido por fin el examen (maldito examen, qué preguntas más jodidas, y la parte oral puso a prueba mi escasa capacidad de habla inglesa mermada más aún si cabe por la inseguridad que produce la conciencia de la propia mediocridad... fue patético...) suspendido el examen, como decía, me quedé sola unas horas mientras mis compañeros iban a recoger su bien merecido diploma. Hacía un calor acuciante, ahora mismo lo hay, mientras escribo en la cama de un apartamento que nos ha alquilado alguien no recuerdo quién... En la rue de Saint Denis 123. Es un barrio animado. Hay árabes y negros y adolescentes que pasean de dos en dos. Yo me paseo por el barrio latino y por Saint Germain du pres. Entro en un bar y me pido una botella de agua. Calor. El camarero es amable y me pregunta quién eres, qué haces, bla bla bla. Yo prosigo al cabo mi viaje por las orillas del Sena plagadas de librerías de viejo. Desciendo junto a la orilla y me siento a mirar el agua. Y pienso en muchas cosas que se mezclan y me marean... París... ¿Sería yo feliz aquí, sin mi mediterráneo? Sí, probablemente lo sería. Llegan mis amigos, nos vamos al Louvre, qué calor, maldito calor... Paseamos por los Campos Elíseos. Me compro un paquete de Fortuna por cinco euros con ochenta. La hostia. Maldito París... Cogemos el metro... Atestado de gente pegajosa y ni un ápice de aire que respirar... Maldito París... Descendemos en nuestra parada. Y nos encontramos en la puerta de un local donde va a empezar un concierto de jazz gratuito. Adoro París. Es un quinteto que toca música folclórica de la Europa del Este como en una película de Emir Kusturika... Acordeón, guitarra, bajo, percusión... Los tíos se emocionan y comienzan a improvisar y los intrumentos emiten ruidos extraños agudos y chirriantes y es todo una catarsis que me emociona y me anima a seguir adelante con mi vida no parisina, porque la mayoría de la gente vive una vida no parisina... Me encanta el cocierto. Hay gente muy variada y muy joven, la ancianidad es un tabú en París... Qué calor... Qué bonito... Y la gente es culta y silenciosa pero sonríe y todo parece mejor aquí... Pero el tráfico... Y las multitudes... Entonces creo que echo de menos un poco de aire libre, de espacio en el que desenvolverme... Y creo que quiero regresar ya a mi submundo de pacientes insufribles y jefes y trabajo... No, en verdad no quiero, estoy hasta los huevos del trabajo...

¿Cuántas contradicciones caben dentro de un ser humano?

Más tarde haré los cálculos, ahora no me apetece...

lunes, 25 de abril de 2011

enero en la playa

MIS AMIGAS (1ª parte)

Las putas de mis amigas me dicen sí cuando yo digo no. Pero es un sí tácito, como de beso súbito entre dos labios inevitables. Cuando yo digo: no quiero las montañas, que me canso, ellas no responden, tan solo caminan presurosas ascendiendo la ladera del montículo pirenaico en el Valle de Estós de unos nada desdeñables 700 metros de desnivel. Que todo eran cuestas, maldita sea. Y yo resoplando que parecía un acordeón desafinado. M. e I. en cabeza, pumba pumba pumba. Y yo que no las alcanzaba nunca como en una de esas pesadillas en las que crees correr para huir del miedo y no corres. El camino serpenteaba entre abetos colocados con desorden de colegiala, entre hayas, entre bojes (¿qué diablos es un boj? ni idea, y las zorras, algunas de ellas, han estudiado ambientales). Y yo que me había empeñado en confeccionar un herbario recogiendo hojas silvestres no protegidas de la flora pirenaica, y al avanzar el primer tramo de cuesta ya ni me acordaba de las hojas, me la sudaban las hojas, yo sólo veía el suelo tapizado de un marrón homogéneo que me mareaba, malditos árboles caducifolios. Terminada la cuesta empinada los ojos se tropezaban con otra igual, como eslabones en una cadena infinita, joder. Maldita naturaleza. La lluvia moja más en el bosque, todo el mundo lo sabe. Queríamos ver el ibón, qué diablos es un ibón, pues una laguna que da fin al afluente de un río de montaña, como la voz autoritaria del padre pone punto y final a la conversación. Todo el mundo lo sabe. Yo sólo conozco a Ibón Reyes, no me jodas. Ascendemos como pájaros tras la traca de la boda de mi hermana, como estorninos parásitos tras la traca ecologista. Y no vemos el lago de los huevos. Bueno, ahí hay uno, más pequeño, el ibonet. ¿Y no nos basta con ver el puto ibonet? No, hay que alcanzar el ibón mayor. Buscad la ruta, malas putas, que vosotras habéis estudiado ambientales y otras ya habéis recorrido tramos y tramos de la GR11 pirenaica de los huevos. Buscad esas montañitas de piedra que parecen haber sido puestas por un niño travieso y que se llaman monolitos. Buscad esas pintadas de color verde en la roca húmeda que se confunden con el musgo (joder, ¿por qué no las habrán pintado de rojo?) Ahí no veíamos una mierda, pero nosotras seguíamos ascendiendo y la ladera recorrida quedaba abajo, invisible. Una nube inmensa había encallada en las rocas y nos impedía ver el paisaje inferior; ya solo alzar la cabeza podíamos y mirar la nieve, la nieve que nunca me gustó porque está tan fría... ¡Hostia, que nieva! Está nevando. La hostia. Y nosotras trepando por la ladera más escarpada aún si cabe siguiendo rastro de monolitos y su puta madre y pintadas verdes en las rocas. Este sendero no me convence, suelta I. A mí no me convence desde que comprendí que aquí no existe lo llano. ¿Qué sendero, qué coño de sendero si aquí solo hay piedras que parecen despojos de un alud? Las piedras mojadas resbalan, eso lo sabe cualquiera. Y con nieve más aún. Y los impermeables no impermeabilizan cuando llevas cuatro horas de trayecto. Mis manos ya no reconocen el tacto rugoso de las piedras ni el punzante de las hojas del boj (¿pero qué diablos es un boj?). Necesito unos guantes. Y se me entrega un par de guantes de un blanco impoluto de esos que solo venden en las tiendas pijas de Valencia y que las chicas compramos a juego con la bufanda y que no valen para nada porque en Valencia no hay nieve y a mí la nieve me está mojando los dedos a través de la tela sedosa de estos guantes inservibles. Seguimos trepando nosotras sin sendero ni monolito ni pintadas verdes. Entonces empiezo a imaginarnos desnudas a las seis, abrazadas, buscando el calor en el abrazo y en los orines que desprenden las entrañas congeladas. Imagino la masa de carne de las seis putas subnormales atrapadas en no sé qué valle pirenaico y me empieza a entrar un miedo real. ¿Tienes miedo? Pregunto a A. No, yo no. ¿Tienes miedo? Pregunto a C. No, yo no. Las putas de mis amigas no tienen miedo ninguno porque ya han recorrido montañas y ya saben que la lluvia es nieve a 2.200 metros de altitud y que la nieve moja, y yo no sé nada de eso porque mis padres solo me han enseñado el mar Mediterráneo, melifluo y fofo, de gordo sedentario. Yo sigo con mi miedo. Yo solo veo a mis amigas embutidas en sus impermeables rojos desperdigadas en la verticalidad del camino como amapolas en un campo holandés. Y la nieve cayendo que parecen lágrimas inconsolables...
 Alguien dice: volvamos, nos hemos perdido. Son las dos de la tarde pero sé que pronto oscurecerá, porque siempre oscurece muy muy pronto cuando se tiene miedo. Bien. Descendamos. El descenso es el mismo camino pero al revés. Por alguna extraña razón, I. y yo vamos en cabeza. Y nosotras no buscamos la brújula lítica ni pigmentaria, yo solo busco roca seca donde amarrarme, hueco donde poner el pie, quiero salvarme de una muerte segura... ¿Estais siguiendo los monolitos? Y yo voy diciendo que sí, resoplando síes al vuelo como si fueran bocanadas de humo. (Monolitos, y una mierda, yo solo quiero bajar al ibonet). Al poco, estamos perdidas (nunca habíamos dejado de estarlo, qué coño). Y solo hay nieve que cae y cae, y me giro, y se desperdigan, las zorras, buscaaaaad los monolitoooos, me gritan. Pero yo no paro, yo sigo, mano-pie-mano-pie. Y me siguen algunas, y las otras no, las desperdigadas desconfían, buscando salvarse de un modo más inteligente. Yo digo que todos los caminos conducen a roma así que hay que bajar por donde sea, a la desesperada. Y maldigo a mis padres que durante diez años me llevaron a veranear a Oropesa del Mar donde no hay montañas o si las había yo no las veía de tan al fondo del mar que me iba, que si a la boya que si a las rocas que si a las cuevas... Maldigo a mis padres por no haberme inscrito nunca en un curso de salvamento de montaña o de orientación de montaña o algo de la maldita montaña, joder, que la infancia es muy larga y Oropesa muy pequeño...

Pero al fin, llegamos al ibonet, exhaustas, y el miedo se desvanece como la nieve que milagrosamente se ha transformado en lluvia. Llegamos al refugio, buscando cobijo, buscando donde comer y reponer fuerzas. Yo llevo el color de las montañas en la cara y en los ojos, una cierta euforia me invade por dentro, ahora comprendo lo que debió de sentir Edurne Pasabán en la cumbre del Annapurna con sus dedos amputados... No habéis seguido los monolitos. Me acusan, un dedo de alguien, me acusa. No me jodas, para monolitos estaba yo, yo solo veía el cielo y las nubes, no me jodas, monolitos. Pero entonces, al llegar al refugio, encuentro a una joven pareja con dos niños de unos cuatro años comiendo pausadamente, y nos comunican que acaban de descender del ibón de las cumbres escarpadas de la puta montaña pirenaica... ¡Dos niños! Dos niños rubios sin barro en los zapatos, colorados, juguetones, dos infantes cuyos padres sí les están mostrando las claves para la supervivencia. Y me siento decepcionada con migo misma. Tan decepcionada... Me como el bocadillo bajo la lluvia, cabizbaja, y alguien a mis espaldas me acusa de nuevo: ¡No has seguido los monolitos!
Todavía quedan dos horas de descenso...
Y entonces me pregunto: ¿Qué le voy a hacer si yo nací en el Mediterráneo?

martes, 19 de abril de 2011

Lhasa - Rising [Official Music Video]

PRETERITO PERFECTO SIMPLE

Mirando vídeos de cirugía del pterigion con injerto conjuntival me habla J. un director de cortometrajes de por aquí. Me enseñó algunos pasos importantes para patinar hacia detrás en el río hace algunos años. Tocaba la guitarra bastante mal. Hablábamos de cine, qué poca idea tenía de cine, coño, el tío. Le gustaba una película made in USA que me mostró orgulloso en su piso de El Carmen. Sentado detrás de mí en su sofá, me besaba el cuello y me besaba en los labios. Puedo ir al baño, sí, claro. El baño plagado de perfumes y horquillas. Huellas de sus amantes, pensé. Follamos en el sofá. Follamos en su cama, y en la mesilla una foto de una chica morena. Su amante predilecta, pensé. Follamos con asiduidad. Y en el comedor una foto inmensa de una mujer preciosa, en blanco y negro, la foto. Follamos durante meses. En el río tocábamos la guitarra. Llegó un amigo. Cómo está tu mujer, le pregunta. Silencio. Bien, está bien. Tu mujer, pregunto. Mi mujer. Follamos igualmente, con la mirada negra de la morena pegada a la cama. Se la chupé una mañana en mi casa mientras mi padre cocinaba macarrones con tomate. Y se fue esa mañana. No supe de él.
Me habla ahora, hace un minuto. Cómo estás, cuánto tiempo. Estrené un cortometraje, te paso el making off. Ok. Estrenaré otro próximamente en la filmoteca. Ajá. He publicado un libro. (¿Sabes escribir?) Ha publicado un libro. Quedamos a tomar un café, te regalo mi libro. Me regalas tu libro. Sí, lo hice mal, me gustaba tu cuerpo, me acuerdo de tu cuerpo. (¿Tienes memoria?) Mi mujer y yo hacemos tríos de vez en cuando. ¿Te ha penetrado alguna vez un hombre? No. ¿Te ha besado alguna vez un hombre? No. (Pues vaya mierda de trío).
No quiero café, no quiero bla bla bla, no quiero cómo estás, cuánto has cambiado. Lo comprendo, lo hice mal. Ahora no actuaría igual, me gustabas mucho. (¿Te gustaba mucho? ¿Has visto la película aquella de la que te hablé?).
Soy selectivo, ahora tengo menos rollos extra- matrimoniales, no es fácil escoger. No, no es fácil. Yo cuido mucho a mi mujer. Sí, la cuidas. Yo he perdido con los años, tengo 34 años. Tengo un crío rubio y guapo como su madre. Sí, tú no eras muy agraciado. Y él dice jajajaja todo el rato. Y yo no siento nada. Pero aún así me fumo tres cigarros seguidos. Oye, quiero regalarte mi libro, tómate un café conmigo. Quieres regalarme tu libro. Yo no quiero tomarme un café contigo. Los tríos son divertidos. Cuéntame algo sobre ti, qué haces. Me gustaba tu cuerpo, aún me acuerdo. Yo no me acuerdo del tuyo, era un cuerpo alargado de los que no caben en la memoria.
Un libro. Qué pereza siento. Me fumo un cigarro más y me voy a dormir.

domingo, 17 de abril de 2011

ANALOGIAS


Leo la biografía de Rilke que mi hermana Carla me ha regalado esta Navidad, y es justo lo opuesto a Joyce. Veamos. Parece ser que ambos procedían de ambientes sociales poco estimulantes. El padre de Rilke era un funcionario ferroviario, de lo que Rilke siempre se avergonzó, y trató de idealizar la figura paterna, y de crearse un pasado nobiliario, y un futuro aristocrático. Sorprende esa necesidad de lo elevado socialmente en el imaginario del poeta. También Joyce procedía de una familia de baja alcurnia, y el apellido Murray de su madre nunca fue del todo aceptado por el padre. Algo de la inquietud artística le transmitió el padre a James, a partir de su carrera frustrada de tenor, de su alta autoestima y de su capacidad increíble de contar historias, que le sirvieron como fuente de inagotable creatividad al escritor. Asimismo, es la madre de Rilke quien inculca a su hijo la pasión literaria, estimulando su imaginación leyéndole relatos y poemas, aunque nunca ejerció de figura cuidadora. Rilke sustituyó a sus padres reales por las figuras altamente intelectuales de Rodin y Lou Andreas- Salomé, como padre y madre respectivamente. 

Encuentro otras diferencias importantes entre ambos. Así como Joyce necesitaba del estado de enamoramiento como algo indisoluble de su propia existencia, y bebía del erotismo que emanaba de la figura adorada y vilipendiada a un tiempo, la campesina Nora,  que queda reflejado en el epistolario entre los dos cuando él regresó a Dublín por unas semanas y ella seguía en Trieste,  Rilke trata de sublimar la pasión con la obra artística.

La fijación de Joyce por una campesina analfabeta revela la procedencia del escritor de una familia desestructurada, de errática trayectoria, donde el padre acumuló, en palabras de Friedmann, “hijos y deudas”. Joyce gustaba de visitar los prostíbulos, que también le sirvieron de fuente de inspiración para su obra. En este caso me recuerda a Luís Martín- Santos, quien, en vida, también era asiduo de estas casas de vida alegre y que también queda reflejado de manera magistral en su obra “Tiempo de silencio”. Me imagino qué hubiera sucedido en caso de ser una mujer escritora la que plasmara en sus obras los encantos de esos tocadores donde preciosas mujeres encarnaban sus mejillas y sus labios para resultar jugosos y atrayentes.
La fijación del escritor irlandés por esta robusta mujer de caderas anchas, que encarnaba a la perfección la fuente materna, revela su imperiosa necesidad de sexo. No obstante, no supo ejercer de padre, y sus relaciones con la bebida definieron en gran parte su trayectoria vital, e influyeron de manera negativa (y positiva en el aspecto literario) en su relación con Nora. Su mujer lo amenazaba con dejarle, lo que su a vez incentivaba la atracción sexual entre los dos, aspecto fundamental en la vida del escritor. Nora sabía cómo alentarle con palabras húmedas para evitar que su marido se dispersara en otros brazos y otras piernas. Sin embargo, el escritor necesitaba del estado de enamoramiento para seguir, y así, trató de seducir a algunas mujeres pero sin éxito.

Rilke, por el contrario, aun procediendo de una clase social baja, trató de rodearse de un ambiente noble, y así lo demuestra su enamoramiento de mujeres intelectuales de la época. Como Lou- Andreas Salomé o la duquesa Nollais. También el estado de enamoramiento le sirvió como fuente de inspiración, y sobre todo como estímulo intelectual. Pero él huía de la relación amorosa como muro cercador, asfixiante, que inhibe el impulso creador. El trataba de tener una relación abierta, alejada de obligaciones conyugales. Su matrimonio con Clara, la escultora, le sirvió sobre todo como receptora de las cartas en las que él le transmitía sus deseos, sus estímulos artísticos, en las ciudades italianas en las que estudió el Renacimiento: Roma, Veraggio, Venecia, Florencia. 


Impresionada por la vida del poeta. Me interesé por esta figura tras leer Los aventureros del absoluto, de Todorov.  En este libro, el autor analiza las vidas de tres escritores dedicadas por entero al arte, o más bien diseñadas y predeterminadas por el arte: Rilke, Wilde y Tatsáieva. Habla de la dedicación de Rilke al arte, su labor asignada por un dios para crear, únicamente. Es ese dios, en minúsculas, al que se refiere Maria von Thund en su libro como inspiración para el poeta. El poeta, recluído durante el invierno en el castillo de Duino, oía la voz de dios hablándole a orillas del mar, dictándole los primeros versos de las Elegías. He leído algo de las Elegías, con miedo a no comprender nada. Diez años tardó el poeta en escribir las 10 elegías, y unos pocos días para escribir los 54 sonetos a Orfeo que versaban sobre sus predecesoras.

Esos años estuvieron marcados por una trayectoria errante, como la de Joyce. El poeta viajó incesantemente en busca de un lugar amable en el que concentrarse: Trieste, Duino, Veraggio, Venecia, Roma, Munich, París, España (Toledo, Ronda, Sevilla brevemente), Rusia, Egipto. Incesantemente, en busca de la paz necesaria. Pero, al leer los apuntes de la varonesa puede adivinarse que el poeta amaba y temía a un tiempo esa paz y esa soledad necesarias para aplacar su espíritu nervioso. Las buscaba pero al tiempo le producían inquietud y desazón. El clima duro que le acompañó durante los inviernos en Duino y en Toledo le hizo temer esos lugares, y evitó acercarse a ellos, solo, de nuevo. Está claro que Rilke precisaba de la compañía como todos la necesitamos. La necesidad de la soledad salpicada de la tristeza de esa misma soledad. El rechazo de la hilaridad ajena, y la incomprensión de esa misma hilaridad. La duda acerca de la función de las relaciones sociales.

Bueno, más interesante me resulta el concepto de amor, anhelado y denostado a un tiempo por el poeta. No sé si los grandes estudiosos de la obra de Rilke habrán leído los apuntes de la varonesa, la respuesta creo que no precisa de contestación por lo obvia. Pero en ella, Rilke comprende por fin el papel que ha ejercido él en el amor. Dice que siempre ha dejado a su alma dejarse llevar por el arrebato que él mismo desataba en otras, pero que tras ese primer momento de pasión, volvía la nada. Así, era incapaz de llevar una relación estable y duradera, como sí supo hacerlo Joyce. Yo no puedo evitar tachar de vulgares a los seres que se someten de esa manera abrupta a lo ajeno, para siempre.
Existen dos clases de figuras amorosas, los amantes y los amados. Los primeros se entregan al otro con ingenuidad, con pasión desgarrada. Ellos aman la figura ajena y la precisan para seguir adelante. Yo creía que eran ellos los que se creaban una dependencia al amar. Y los amados son aquellos a los que salpica ese amor desmedido, y que pueden funcionar a través del amor sin límites del otro, porque el saberse amados de ese modo les proporciona la estabilidad necesaria para llevar a cabo proyectos vitales. No dependen de la figura del otro puesto que es prescindible en sus vidas. No han llegado a la conclusión del papel único del otro en sus vidas.

Rilke, no obstante, dice lo contrario. El amante, el que ama, lo hace de forma desinteresada, o lo ha de hacer de esa manera, entregándose sin esperar nada a cambio. Ese tipo de amor era el que precisaba el poeta, en palabras de la varonesa. Porque esa mujer amante del poeta debía estar dispuesta a las ausencias del poeta, a su predilección por la soledad y su necesidad para trabajar. Rilke le llama “amor intransitivo”. Y queda profundamente afectado por las vidas de algunas mujeres, como la monja María de Alcanforado, representante de este amor intransitivo, ilimitado, entregado, que le llevó a  su propia ruina al no poder alcanzarlo (o acaso fue ésa la razón del amor, su carácter inasible).
Y después, Rilke habla de la figura del amado, aquél que recibe la fuerza del amor del otro, y la diferencia reside en que es el amado quien DEPENDE del amor del otro, y no al revés. Trato de comprender y pienso: para él la figura ideal es aquella que ama desinteresadamente, sin esperar nada a cambio (amor intransitivo), y por tanto, esta figura no debe ser dependiente de la figura amada. Pero creo entenderlo en un supuesto teórico, más que real. Y la figura del amado, que se crea esa dependencia, no puede durar, como a él mismo le sucedía. Se creía arrastrado por el poder del amor, y no era más que el amor desmedido que le salpicaban aquéllas que se enamoraban de él. Al fin, acababa huyendo, pues es imposible permanecer junto a alguien al que no se ama sin repudiar su figura. Amar consiste en poder permanecer largas horas junto al otro sin alcanzar el hartazgo, o aprender a lidiar con el hartazgo a partir de la necesidad o la motivación de mantener la figura necesaria a nuestro lado. Si no existe tal estado de enamoramiento, o la necesidad de volver a reproducirlo si es que ya ha existido una vez, es imposible compartir largas horas junto a alguien. Y Rilke se halla entre los que eran incapaces de permanecer largas horas junto a alguien sin alcanzar el hartazgo, el aburrimiento, o la repulsión.



MANEL. BOOMERANG

viernes, 15 de abril de 2011

AMIGAS LAS DOS

¡Ay! Anoche no pegué ojo. Como saben, vivo en D. Ya tengo una habitación en la que me instalaré el lunes. Y hasta ahora he estado alojándome en casa de una compañera del hospital, muy simpática ella, y alta, y rubia y bueno, hubo ciertas coincidencias en ciertos temores que siempre son agradables de compartir, sobre todo cuando una llega nueva a un sitio donde no conoce a nadie y una no tiene apenas experiencia laboral y tiene un contrato precario donde tratar de mantenerse con cierta dignidad y una trata de destacar en las labores y dice siempre sí al jefe que la invita a tomar cafés mientras los pacientes se acumulan y él sólo parla de salir de fiesta el fin de semana, que luego él no ve un paciente ni medio... Y bueno, febrero pasó y yo me sentía bien en este pueblo de la costa que ahora comienzo a explorar, hoy sentada mientras estudiaba en una plazuela tranquila rodeada de casas encaladas y bares con las fachadas pintadas de azul imitando a viejas moradas de pescadores que tratan de sobrevivir frente a las magnas construcciones que como bien saben parasitan la costa mediterránea. Y había complicidad y risas y cigarros y copitas de vino en las noches que nos recordaban el cansancio que resurge cuando una pega el culo en buen asiento y frente a buena compañía... Anoche, me acosté a las once y como debíamos compartir cama ella se acostó a mi lado y me habló de ganas de besarme, de besos que me daría, de ideas que se le presentaban intrusas como cacos. Había fumado porros, ella, y yo me encogí en mi rincón de la cama aterida de miedo, que se abre de pronto una brecha entre mi amiga y yo. Gritaba yo de la risa, no digas tonterías, que tú eres hetero, bueno, lo que tú digas. Que sí, que se te está yendo la olla. Bueno, si supieras lo que estoy pensando... Pero permanecí rígida en mi rincón, yo no te beso, que eres mi amiga, el espacio de la calma y el resposo, y lo otro es caos y confusión y miedo. Yo me quedé en mi rincón, como perro moribundo en el arcén, y los coches pasando y la lluvia que me moja y casi tiritaba del frío que me entraba. 

DORITA DE PIEL DORADA

http://www.elperiodic.com/noticias/116527_concurso-narrativa-para-mujeres-bate-record-participacion-relatos.html


http://www.diariocriticocv.com/noticias/diaz-barron/concurso-de-narrativa-para-mujeres-de-la-comunitat/dorita-piel-dorada/not356015.html


http://www.lavozlibre.com/noticias/ampliar/235127/la-obra-dorita-piel-dorada-de-diaz-barron-gana-el-concurso-de-narrativa-para-mujeres-de-la-comunidad-valenciana

Això és molt fort... Se han equivocado en el nombre de la galardonada y en el título de la obra... Solo tenía cuatro palabras, por dios...

jueves, 14 de abril de 2011

PANSEXUAL

Creo que ahora mismo estoy encendida como un cirio de las procesiones de los nazarenos. Anoche salimos, amigos, por ahí. Me siento expansiva, me siento, como yo me auto- acuñé: pansexual. Es decir, había una chica preciosa, de rasgos pequeños, rubia, boca despectiva, boca preciosa, y yo la miraba y creía que su mirada profunda era para mí. La rondé un rato, a qué te dedicas, qué edad tienes... Luego fuimos todos a un bar de música electrónica y española de los sesenta... Y Aleix me parecía tan morboso entre la oscuridad y su sonrisa... Luego llegó otra amiga de alguien, de cara increíble, pelo corto, menuda y pizpireta. A mi amiga Mamen le atrajo, también. Como me eres una mala influencia (!) y yo sólo veía estímulos ardientes por doquier, le dije a Aleix: tu amiga es preciosa, porqué no vamos todos a tu casa. Y él dijo vale, pero al final no fuimos. Las dos preciosidades se fueron y nosotros prolongamos la noche en el Excuse me. Toda la gente muy acabada. Ibamos mi hermana, Aleix, Mamen y yo. Yo bailaba y yo nunca bailo pero me dejé llevar y ahora tengo unas agujetas espantosas. Iba tan borracha que me balanceaba, más bien. Se acercó alguien y su roce era excitante; se acercó un argentino y me habló de travestis, le gustaban los travestis, al argentino, le gustaba que los travestis se la chuparan. Joder. Me dijo que era mucho mejor que una tía. Yo paso, le dije. No creo que pueda igualar a un travesti en lo que a felación se refiere. Luego Mamen, Aleix y mi hermana me intentaron convencer para tomar no sé qué pastilla de la excitación, pero yo ya estaba encendida, para qué una pastilla, además, seguro que me volvía loca, les dije. Anda, que sí, una a medias, me decía Mamen. Y mi hermana lo sostenía. Ya lo había probado antes, ella. Pero no encontraron pastillas. Entonces me acerqué al del roce electrizante y nos fuimos a un sillón a besarnos y Mamen y Aleix nos espiaron, los cabrones, que ahora me da una vergüenza. El chico hacía cortos, pero estaba en paro. Yo no sé, pero me dio su teléfono, creo. Me fui a dormir. Fantaseé contigo, creo, un poco. Pero solo un poco.

Pansexual...

sábado, 26 de marzo de 2011

HAY

Hoy he decidido hacer limpieza general. He colocado todos los libros que había desparramados por el suelo de mi habitación en estanterías que no están próximas las unas de las otras, por lo que he dado no menos de varias vueltas por la minúscula casa en busca de baldas vacías o, al menos, aprovechables. Y todo el polvo que se desplaza ante mis pasos enérgicos lo eliminaré también esta mañana. Hay cabellos sueltos en el suelo del cuarto de baño como hojas de árboles caídas, y junto a ellos, borlas de polvo arrinconadas bajo el mueble del lavabo y una bolsa de plástico cerrada que contiene restos orgánicos y restos no orgánicos. Hay polvo en la bañera que se confunde con los restos de la espuma de anoche. Y las toallas parecen pequeños mamíferos de piel encrespada. Lavaré las toallas, también. Hay sábanas granates que se confunden con los pantalones de ayer y la camisa de ayer en un magma telúrico sobre el sillón que hay junto a la cama. Doblaré la ropa que reposará en el armario oculta por fin al polvo que discurre lentamente por el aire. He soplado sobre los libros que había en el suelo y una lluvia que no era blanca ni negra me impregnó de pronto. Ningún criterio me ayudó a recopilar los volúmenes sueltos, ninguno.
Hay también una olla con espaguettis como culebras muertas pegados al fondo. La fregaré de paso. Y de paso libraré de papeles la mesa camilla cubierta con el hule de plástico, tiraré las cartas a la basura, tiraré la basura a la basura y me liberaré al fin de tanto tiempo acumulado.
Hay CDs descompuestos como restos de cadáver tras la disección azarosa del estudiante. Los CDs hace tiempo perdieron su envoltorio pertinente y perdieron también su brillo, que ya no me iluminan el rostro cuando me acerco a ellos para descifrar su contenido escrito bajo epígrafes cubiertos de polvo. Los liberaré del polvo absolutamente incoloro y los agruparé en un mismo cilindro casi transparente.
Eliminaré también el polvo de los cristales que me permitirán por fin ver el cielo limpio limpio.

viernes, 25 de marzo de 2011

VEO

Veo: las ramas de la planta que me compré en los chinos asomando tras la columna de la pared derecha del comedor como cabaretistas que enseñan las piernas enfundadas en medias de seda tras las cortinas del escenario. Y sobre la cómoda en la que se halla la planta, veo una hilera de polvo que decolora más aún la madera decolorada por el sol que entra por la ventana que se sitúa justo sobre ella. Veo la foto de mi madre junto a la de mi gata, bajo las ramas impúdicas de la planta que asoman tras la columna de la derecha, no, de la izquierda, según se mire, y según me halle yo sentada, del comedor. Veo un cielo turbio como agua de fregar que resalta el polvo adherido a los cristales de la ventana y de la puerta del balconcito, que mi casa también tiene balconcito... Veo la misma suciedad en la tela que cubre el sofá desde hace un año y que he lavado algunas veces por poseer sustancias procedentes de algunos cuerpos que me acompañaron aquí y acullá algunas noches enturbiadas...
Veo la mesa camilla a la derecha del sofá con el mantel de plástico que cuelga en una asimetría inquietante. Polvo veo desde aquí sobre el hule de la mesa camilla, que sazona los libros que en ella yacen desde hace décadas, inamovibles, que así tranquilizan mi espíritu, sabiéndolos cerca...
Veo la lámpara que me da cobijo en este cuarto sin luz más que la del cielo sucio de la primavera sucia que me sacude en la tarde de hoy. Veo la lámpara apagada, que aún la luz me permite verme, a mí y a mis cosas, tan poco queridas, tan maltrechas como mi ánimo de esta tarde. Me quedaré sin nada, si así sigo, me planteo. Me quedaré sin planta, sin foto, sin madre y sin gata. Me quedaré sin el color de la manta que cubre mi sofá endurecido por los fracasos que sobre él se exhibieron algunas noches de inmundicia. Me quedaré sin los libros que me aguardan desde tiempos inmemoriales sobre el hule de plástico que cubre la mesa camilla cubierta de polvo. Me quedaré sin la lámpara que me ha hecho resplandecer de alegría algunas tardes que no son como la de hoy, tan sucias y espolvoreadas de tiempo famélico.
Y mi ropa poco a poco se irá convirtiendo en jirones de telas neutras.
Veo mi bicicleta apoyada sobre la pared derecha del comedor, nueva y resplandeciente. Orientada hacia la pared norte, aquella en la que nunca da el sol. Mi bicicleta fue mi guía durante un tiempo, pero ahora que he sucumbido a la minusvalía de estos tiempos ya no tengo piernas para utilizarla.
Veo mi cocina tan pequeña como decoración añadida a la pequeña estancia que es mi casa. Y veo la radio que me regalaron que ya no lee CDs nunca más y que me cantaba las noticias en las mañanas frescas del otoño y en las tórridas del verano, acortado el vestido rojo hasta los muslos cuando desayunaba en la banqueta tan alta y tan incómoda leche con nescafé. Ahora las mañanas duran menos que antes y eso tampoco lo soporto, ni lo entiendo.
Pero estoy aquí, estática y sola, como hacía tiempo no lo estaba. La ventana frente a mí y aún es de día. Mirando en torno a mí y constatando que nada volverá a ser lo mismo.

lunes, 7 de marzo de 2011

SUEÑO

Siento el dulce cansancio producido por el valium, que contrasta con la amargura que produce en la lengua y en la úvula, como almendra mal elegida. Sentí de nuevo el pánico, que no es nuevo, pero pánico, al fin. Lo sentí en lca carretera, conduciendo a D. durante esa hora y media de trayecto interminable. Con la nueva ley de restricción de la velocidad no sentía el impulso de avanzar más rápido que mis contertulios conductores, porque extrañamente, había una ralentización generalizada en la autopista que inducía al sueño... Yo puse mi música: puse Again, de Archive, disco que he escuchado tantas y tantas veces y que me transmitía una cálida familiaridad a la par que dulces recuerdos de mi época en Estrasburgo. El disco estaba rayado, a la mitad o así, por lo que hube de cambiarlo por el de Jeff Buckley, que ya no me atormenta con su versión infinitamente ñoña del Halleluyah de Leonard Cohen. Iba yo despacio, sin ansias, y de pronto sentí el estómago enfervecido. De pronto la vista nublada, justo cuando atravesaba montañas de niebla enmarañada en las laderas, dejando la cumbre al descubierto. De pronto la cabeza aturdida, el cuello rígido, la sien acorchada. El corazón bamboleante. El miedo. Busco el valium, el amargo elixir. Respiro hondo. Escucho la música. Pero el miedo me vence. Me dentengo en un área de servicio. Aún quedan 10 km hasta D. Deseo que termine el suplicio. Me incorporo a la autopista, con la cabeza reposada en el asiento, con el pánico invadiendo el espacio circundante. El pánico. De dónde procede. Creo que voy a desvanecerme, a perder el conocimiento y el control del coche. Ya me ha pasado otras veces, pienso, es sólo tu organismo, que te genera una mala pasada. Esta adolescencia tardía en la que me hallo, este no controlar el cuerpo, este sentir con todo el cuerpo, dejando la mente recatada en casa...
Llego a D. No hay sitio para aparcar. Busco y no lo encuentro. Entro en el párkin. Me da igual pagar. Apago el motor diabólico. Respiro hondo. Una, dos, tres veces. Subo al servicio de ojos y me dicen qué mala cara tienes. Qué mala cara tengo. Qué sueño me da ahora el valium. Pero me esperan horas de trabajo, de enfrentamiento con seres que precisan mi consuelo, mi verbo apaciguador. Si ni yo mismo estoy apaciguado. Qué contrariedad. Deberían los médicos construirse como PCs, y que ejecutaran sus actos sin pasión, sin subjetividad, con orden y claridad.

Ahora sólo quiero dormir.

miércoles, 23 de febrero de 2011

RESISTENCIA

Visto lo visto, así como el ojo como entidad anatómica resiste los manoseos de los jóvenes inexpertos (resiste colapsos, resiste pinchazos, y tensiones altas y tensiones bajas) y el ojo sigue adelante con su forma de ojo y su agudeza visual más o menos decente, que digo yo para qué querrán ver más esos pobres viejos que ya lo saben todo y todo lo han vivido. Si el ojo sobrevive, a lo mejor mi cuerpo también sobrevive al embiste de algún coche, hoy, en la autopista...
Ah la vejez, la vejez, qué incómoda es... Qué ralentizado va el cuerpo, qué difícil lograr aunar nuestros conceptos y los suyos en un mismo concepto, discutible y común. Qué aislamiento, si la vista decrece, y el oído decrece. Seres temerosos que andan a tientas en su mundo lento lento lento que no lograremos comprender jamás. Y esos alientos de viejo que nos tiran a la nariz cuando nos acercamos demasiado a ellos, ¿por qué huele así el aliento de los viejos?
Mi voz galopaba atroz por mi laringe dañada para hacerme entender, pero ellos se quedaron en sus vidas lentas y yo ya no sé ni cómo dirigirme a ellos, los viejos pacientes que me envuelven, a diario, y a los que trato de apreciar... Trato de apreciar... Dificilmente puede apreciarse la vejez ajena.
Ya ando acojonada pensando en el trayecto que me espera de una hora y cuarto con el coche... Imágenes sobrecogedoras se agolpan en mi mente. ¿Y si no llego viva? ¿Y si resulta que es hoy el último día de mi vida? Trataré de no pensarlo...

martes, 22 de febrero de 2011

PONIENTE

Esta mañana he perdido el autobús de las 7.30 que me lleva al Hospital de D. Como me alojo en D. los lunes y los martes, alejando de mí ese sentimiento de culpa al que me lleva mi propia existencia y que se ensancha cuando circulo en mi vehículo, puedo subir hasta el hospital en autobús. Pero he perdido el de las 7.30. Entonces he buscado un bar, para pasar la hora restante hasta el siguiente autobús, y en mi periplo por las calles de D. he atisbado el mar, a lo lejos, tan cerca de una. Soplaba un viento cálido de poniente, y el sol era rojo y limpio, sin ese velo que la humedad produce sobre el sol y los colores en general en D. El poniente es ausencia de humedad, y de pronto se alcanza una nitidez insospechada alrededor. Los colores son puros; el pelo se me alisa sin necesidad de secador, con el poniente, y mis ansias de ver el mar se acrecentaron a la vez que decrecía la luna llena que ya no es llena porque se vacía cada día. El callejón en el que me encontraba estaba oscuro y algunas estrellas persistían, por ahí. Pero el sol me atrajo y he paseado durante una hora frente al mar, alborotador -le alborotaba a una de lo encrespado que se mostraba, de nuevo, por el viento de poniente-.
Hoy al fin se ha cerrado la herida en la córnea del señor A. que yo misma le ocasioné al quemarle la incisión por una potencia demasiado elevada de los ultrasonidos. Hoy al fin, tras un mes de idas y venidas y de una gran descofianza manifiesta, el paciente se halla por fin, estable. Ningún humor chorreaba de la herida como riachuelo escapado del río que le diera origen. Su desconfianza ha persistido pero esta vez el señor me ha sonreído.
(Algunos otros, orondos como obleas, con sus pieles escamadas de pez, me rozaban las rodillas sin querer mientras los examinaba en la lámpara diminuta para sus enormidades. Yo me he sobresaltado, nerviosa y aterida como un animal moribundo).

lunes, 21 de febrero de 2011

COMPLEJO

La gente que se siente culpable por existir no debería, pues, existir. Uno anda con la idea de que debe ir pidiendo perdón por todo cuanto decide llevar a cabo. Y esto se pone más en evidencia en la carretera. Ahora que trabajo en el Hospital de D. me veo obligada a conducir la nada desdeñable cifra de 100 km desde la puerta de mi casa hasta el párking (no gratuito) del hospital, cada lunes y cada miércoles y cada jueves. Este recorrido me lleva una hora y cuarto, aproximadamente. Y durante todo el trayecto de hoy, en que iba escuchando a Placebo una y otra vez por miedo a quitar la vista de la carretera si me atrevía a cambiar de CD, durante todo el trayecto, digo, me atenazaba un sentimiento de insignificancia, de vergüenza por el bulto que era yo en la carretera, por la existencia que era yo junto al resto de conductores. Jamás había conducido antes, ni había osado ocupar el asiento del conductor. Y aún ahora se me olvida guardarme la llave, MI llave, en mi bolso, por aquello de que me pertenece y tal. Como sujeto pasivo que tiendo a ser, la ejecución de un acto tan arriesgado como el de navegar por el asfalto durante una hora y cuarto, con todos esos coches que me amenazan y que sé que piensan que yo no tengo derecho a circular junto a ellos, resulta cuanto menos, grotesca. Iba encogida durante todo el recorrido, con los ojos pequeñitos cuando el sol de poniente ha comenzado a asomar frente a mí. Y busqué a tientas mis gafas de sol mientras aminoraba la velocidad, y los coches de detrás se impacientaban y los imagianaba insúltándome en sus vehículos con Maria Callas en el MP4., ejecutivos importantes que no deben llegar tarde, seres de espíritu sensibilísimo a los que he arrancado la furia y el odio, cómo he sido capaz, yo, dios mío. Tiendo a creer que mi labor es menos importante que cualquier otra labor del mundo, y que mi coche es más abultado e hipertrofiado e imperfecto en la carretera que cualquier coche del mundo, y que el puesto que he ocupado en el párking del hospital debería haber ido destinado al mercedes que me sucedía, sibilino, como una serpiente venenosa. La gente con sentimiento de culpa no debería conducir, ni hablar, ni reír, ni ocupar su trozo de espacio porque siempre cree que ese trozo de espacio puede ir destinado a cualquier otra cosa (una carretilla con ladrillos, por ejemplo).

Menos mal que he descendido de mi vehículo y entonces, mi existencia ha vuelto a cobrar algo de sentido.

sábado, 19 de febrero de 2011

TERRORISMO

No entiendo para qué sirve trabajar. Trabajar aliena cuerpo y mente, como se decía antes, palabra referida a las dictaduras comunistas y que me recuerda al libro de Orwell. Trabajar te mata poco a poco. No sólo te priva de tu tiempo libre para NO HACER ABSOLUTAMENTE NADA, sino que, aun cuando una logra recoger escasas migajas de tiempo, está una tan agotada, tan jodida, tan arrepentida por ciertos actos cometidos en quirófano, por cierto desdén que mana de dentro de una hacia una misma pero que escupe a bocajarro sobre las arrugas de los pacientes que tanto la impacientan, está una tan asfixiada por un sentimiento de culpabilidad fruto de sus andares aniñados y de su infantilismo enervante (que se desvanezca lo infantil en ella, que no balbucee sus inseguridades cuando está labrando mejorías sobre los ojos de los viejos, por dios; que deje de farfullar improperios a través de la mascarilla, que los viejos también oyen; cállate, niña tonta, cállate, inmoral, qué clase de médico de mierda eres tú; no tienes la educación de la discreción; no sabes mascullar una palabra de alivio tras una cirugía trabajosa en la que la puta lente intraocular se quedó a medio camino de su posición efectiva; y el paciente, aunque francés, no es gilipollas. ¿O crees que no percibía tu miedo, tu terror, en tu voz entrecortada y en tu crispación para con las enfermeras de voz chirriante que hacían que te chirriara el bisturí en la mano?) No se trata de hacer papiroflexia y de que se te resista la puta pajarita de papel y el sapo de papel que salta cuando lo aprieta uno por detrás. No. Se trata de personas, que se te olvida siempre. Tanta esterilidad, tanto campo quirúrgico reducido a un ojo que asoma sin conexión alguna con el resto del cuerpo de la persona que subyace, horizontal y aterrada... ¿No sabes aliviar, no sabes depositar tus manos sobre esas cabezas que si las tocas sí tienen su forma de cabeza aunque parezca que no porque no las ves con tanto paño estéril impoluto y azulado? ¿No sabes desenterrar lo humano que habita ahí debajo? ¿Por qué no te tragas todas tus palabras malsonantes y te dedicas a vender flores de bar en bar si de despreciar a la gente se trata? Compre rosa. No. Pues que te jodan. Desprecio. ¿De dónde sale, de dónde? ¿Del miedo, del miedo? ¿Quién te enseñó el puto miedo, quién? ¿Por qué no eres valiente, confiada, y ejecutas tus actos limpiamente, que para eso te has formado durante putos años de mierda de formación continuada de mierda? Cállate, cállate ya que me das tristeza, me dan tristeza los pacientes que te oyen proferir tus amarguras de niña amargada y trágica. Que no todo es tragedia, que no y que no y que no. Déjate los valium o déjate la medicina. Pero trata de ser feliz y de hacer felices a los demás. Deberían, a veces, castigarte por infundir más miedo del que tienen ya los pobres viejos. Médica del terror. Ay...

viernes, 18 de febrero de 2011

"¿Puede entrar mi señora?"


-“¿Puede entrar mi señora?”. Su señora, querido amigo, supondría un elemento hostil en este espacio aséptico, como un quejido de placer proferido desde el alma del asceta.
Y el demente se revuelve bajo el paño estéril. La cirujana suspira con afectación de actriz, y prosigue. Disección conjuntival con tijeras romas. Cauterización de la superficie escleral. Incisión con bisturí de 30. Yo la sigo en sus pasos con sumo cuidado. Voy limpiando los restos de sangre con la hemosteta para permitir la correcta visualización del campo quirúrgico en todo momento. Tras su mano sigue la mía de movimientos torpes. “¡Suero!”. He de irrigar la córnea que permanece ajena y reseca, orientada hacia El Hades por el hilo de seda que, a modo de polea, suprime su voluntad. ¿En qué se transforman las miradas de los ojos que no son ojos sino marionetas construidas con  hilos de seda? El paño recubre toda la cabeza del demente dejando al descubierto El Ojo. La cirujana ha atrapado el músculo recto superior con un hilo de seda de cinco ceros de grosor y ha tirado de él hacia arriba, provocando la obscena posición de la córnea, que  muestra su expresión de expiación por pecado jamás cometido.
Y el párpado que no la recubre le otorga un inusitado sentimiento de vergüenza ante la desnudez concedida. El párpado está atrapado en un cepo que suprime su voluntad de parpadear. Pobre ojo, desnudo y arrepentido. Si se lo mirase desde abajo diríase que es asombro lo que lo envuelve. O algunos pensarían que el pánico invade su desorbitado espacio. Mirada desorbitada desde abajo, aflicción impuesta desde arriba.
“¿Puede entrar mi señora?”. La cirujana detiene su actividad precisa. “¿Qué le sucede, señor?” En brusco ademán deja el bisturí sobre la mesa y su voz también es brusca. Se escucha un balbuceo. “No puedo respirar”. La expresión de tal estado de angustia la irrita todavía más. ”Sí que puede respirar”. Y prosigue su tarea. Disección del colgajo escleral hasta el limbo corneal.  De nuevo cauterización. El lecho blanco parece una cama de sábanas recién cambiadas. Un espacio que invitara a la creación. Pero no hay posibilidad de creación, los pasos han sido perfectamente aprendidos, laboriosamente practicados durante lustros, automáticamente reproducidos durante décadas. No existe la osadía de modificar la trayectoria impartida por los predecesores sabios. La mano del cirujano es la del ensamblador de piezas en la cadena de una fábrica. No hay nada que temer.
El demente se revuelve, gimiendo. “No puedo respirar”. La auxiliar de voz dulce se aproxima y le dice que no se mueva. “Es que no puedo respirar”. 
Yo sólo quiero liberar al demente de mirada afligida. “Le haremos un agujero en el paño para que pueda respirar”. La cirujana ha detenido de nuevo su actividad y resopla desde su trono. Yo irrigo la córnea.
“Quiero que entre mi señora, si ella entrara…” No podemos concederle su deseo, querido amigo demenciado por el pánico que le hemos impuesto a su ojo si se le mirase desde abajo.
El anestesista mira por encima de sus gafas de cerca. No tiene intención de participar en la escena. Ni siquiera parece irritado por haber sido interrumpido en su lectura. Tan sólo mira, ausente.
La cirujana pretende acabar su tarea. Aún queda la aplicación de mitomicina a concentración de 0,02 %, realizar la trabeculectomía y cerrar.  Pide a los asistentes que comuniquen al anestesista si acaso pudiera hacer algo…
“De acuerdo, 5 mg de midazolan, así se tranquilizará, compañero”. Empiezo a inquietarme, pero la esterilidad envolvente me impide dar muestras de mi estado porque he de tener cuidado de no contaminarme con lo ajeno. Me irrita la utilización de la palabra “compañero”, ese ademán de cercanía resulta grotesco y acrecenta aún más la soledad del demente que gime desde su estática postura. Indefenso ser en la oscuridad de lo prohibido. Indefenso ser que yace bajo el paño estéril. Acaso lo único certero que en esa palabra haya sea nuestra común incapacidad de mostrar los funestos sentimientos por el miedo a contaminarnos con lo ajeno. Pero él yace en lo prohibido, en el mundo contaminado, bajo pliegues de verde impoluto, y yo me hallo en el lado de la pureza, sudando bajo mi túnica. La reina suspira en su trono mientras el enfermero sigue las instrucciones del anestesista e induce el dulce sueño.
Empapa la cirujana reina el lecho escleral con mitomicina a la concentración de 0,02 % durante sólo unos segundos. Luego yo irrigo con abundante suero fisiológico para no prolongar el efecto antimitótico que sería destructivo a la larga. “¿Puede entrar mi señora?”. “¡Pero qué significa esto!” Con el bisturí alzado por la interrupción diríase que  se dispone a batirse en duelo. “¡Qué significa esto, no comprende que no puede moverse ni hablar, que no nos está dejando hacer nuestro trabajo!” “¡Pero es que yo ya no quiero que me operen, lo único que quiero es salir de aquí, no lo soporto más!” Mucho me temo, mi querido demente, que eso debiera haberlo pensado antes. Su ojo ya ha sido mancillado y el daño tan sólo puede reparase con unos minutos de paciencia. “¿No me oyen? ¡Quiero salir de aquí, quiero que entre mi señora!” Ahora sus movimientos muestran la vehemencia del que lucha por un noble ideal. Se contorsiona en movimientos que adivinamos por los pliegues que surcan el paño como carreteras y canales y ríos… El demente se contorsiona ante mi mirada atónita. Trago saliva y sólo se oye el roce de su cuerpo contra el paño verde. Pobre larva que aún no debe abandonar la crisálida. “¡Esto es intolerable! ¡Debían haberme advertido de esto!” compungida la cirujana desde su trono. Tras su voz atronadora se escucha un golpe seco. “¡A ver si así se está quieto!” Primera estocada, touché. Pero los nudillos han sustituido el florete y la frente, el pecho. Escucho risitas entre el público. La saliva inunda mi boca y trago una y otra vez. ¡Resiste, compañero de lo prohibido! Durante unos instantes el paciente yace inmóvil.  El anestesista sonríe. “Compañero, no crea que esto es maltrato, tan sólo queremos que se esté quieto”. El enfermero ríe de felicidad con chillidos agudos. “¡No se rían de un pobre viejo!”. La auxiliar se compadece. “Caballero, tiene que dejar terminar a la cirujana, tranquilícese”. Algo se recompone en mi interior.
“¡Dejadle en paz, menudo numerito está montando, y esa obsesión por su señora, jamás entendí esa dependencia hacia el cónyuge de algunas personas!”. Yo me revuelvo en mi silla. “Ya lo ha oído, compañero, no es usted un hombre de verdad”. De nuevo los agudos chillidos del enfermero. “No se enfaden conmigo, yo sólo quiero irme…” Segunda estocada de nudillos sobre la testa. “¿Aún no ha aprendido a estarse quieto, o qué? ¡Habrase visto cosa semejante! Perdiendo mi tiempo por este viejo que no para de llorar… ¡Agradecido debería de estar por operarle, señor, menudo numerito!”.
Quiero desaparecer de la escena. Liberar al bufón y correr. Miro de reojo a la cirujana. Remolinos de arrugas se aúnan en una sola línea, dando origen a los rasgos de notable sobriedad. Frente altiva y verbo belicoso. Pero noble ejercicio al que ha consagrado su existencia con una pasión que aún percibo en el aletear sigiloso sobre los ojos de los seres que precisan su arte. Seguidora de las últimas tendencias en moda y literatura.  Suficientemente satisfecha de su matrimonio con Don Fermín. Tiene la mirada huidiza de quien ha sido expuesta a la opinión pública. Pero su esbelto cuello la  elevó sobre  los ecos de calumnias que se cernieron sobre ella cuando fue nombrada Cirujana Jefa. Detesta la insolencia y la manifestación de los estados internos. Pero lo que más detesta es la descortesía del demente frente a su arte. Noto las gotas de sudor cayendo por mi espalda. Hace mucho calor aquí dentro.
De pronto, el paciente ya no gime. Su lucha le ha agotado y reposa bajo el paño estéril. ¡Reflexiona, amigo, sobre el fracaso de tu obra! La cirujana reina detiene su actividad. Un silencio espeso se cierne como la noche. Sin terminar la trabeculectomía, cierra las heridas impuestas. ¿Acaso he visto cómo le temblaba la mano mientras suturaba la esclera? ¡Si tan sólo pudiera ver su boca, que imagino contraída en arrugas de perdón! Pero su cara es una sonrisa quieta tras la mascarilla.
El enfermero suspira y el anestesista retoma su lectura, “Efectos el propofol sobre la memoria inmediata”.
La cirujana se alza del trono y abandona la sala.
Bajo el paño estéril la masa profiere un bostezo. “¿Puede entrar mi señora?”