miércoles, 16 de febrero de 2011

HOMENAJE

Generalmente, suelo obsesionarme durante ciertas temporadas de mi vida con autores concretos, muy acorde las unas con los otros: de adolescente pasé muchas noches en mi cama junto a Thomas Bernhard. Leí sus libros, su biografía, su correspondencia. Su escritura no era más que la aliteración de una amargura latente, por lo repetitiva y monótona. Bernhard componía sinfonías literarias, o al revés, novelas sinfónicas, pues partiendo de amplios conocimientos musicales sabía cómo emplear las palabras, unas pocas, que repetidas infinitamente, daban a sus libros un ritmo y una cadencia hipnotizantes (palabras como ANIQUILAMIENTO o INIMAGINABLE resuenan aún en mi cabeza). Bernhard el neurótico, el histriónico, el contradictorio. Era yo, de adolescente.
Más tarde caí en las redes de D. H. Lawrence. No podía comprender cómo un autor masculino, tan sensibilizada estaba yo con la causa feminista, pudiera ser capaz de crear personajes femeninos con tanta precisión.. Aquellos pensamientos que describía Lawrence tan arraigados en mentes esencialmente femeninas, aquellas pasiones atormentadas que hacían agitar pechos, arrancar gemidos, sacudir muslos y nalgas... Era yo, en mi sexualidad tardíamente descubierta.
Y en esta etapa de mi vida, siempre dura, como las anteriores, aunque tal vez más dulcificada por experiencias previas, es ahora cuando descubro a Rilke. En el Rilke que describe Todorov, encuentro mi vocación frustrada de escritora y mi voluntad descubierta de renunciar a la medicina. Alguien me persuade de lo contrario. En el Rilke de Antonio Pau encuentro la vida de un poeta que a los 50 años murió de leucemia y que vivió transitando entre la soledad que le arropara para su labor creativa, misión que le había sido encomendada, y la necesidad de afecto que nunca vio cubierta. Los NUNCAS y los SIEMPRES pertenecen a los neuróticos. En estas páginas he encontrado multitud de fragmentos autobiográficos del poeta dirigidos a sus fieles destinatarios con los que toda la vida mantuvo una correspondencia, y en estos fragmentos me hallo de nuevo tan reflejada. Por eso me ha impresionado a mí.

En Cartas a un joven poeta, Rilke contesta a su destinario: "Entre en sí mismo. Investigue el motivo que lo impulsa a escribir; compruebe si extiende sus raíces hasta el rincón más hondo de su corazón, y dígase sinceramente a sí mismo si moriría en caso de que le estuviera vedado escribir. Sobre todo pregúntese en la hora más serena de la noche: "¿Tengo que escribir?". Escarbe en su interior hasta encontrar una respuesta profunda. Y si ésta es afirmativa (...) no dude en plantearse su vida en razón de esa necesidad, porque en ese caso su vida habrá de ser, hasta en su hora más indiferente y nimia, manifestación y testimonio de esa necesidad".

Sin embargo, en los últimas días de su vida, dice a una joven doctora en derecho que duda de la compatibilidad de la labor jurídica y la literaria: " Me parece adecuado el absoluto contraste entre sus dos ocupaciones; porque cuanto más distinto sea lo intelectual, lo intencionado, lo voluntario, tanto más protege lo que viene de la inspiración, lo que sobreviene de modo impredecible, lo asombroso que llega desde las profundidades. Sin embargo, cuando las dos ocupaciones, la que es artística y la que no lo es, están relativamente próximas, se producen las influencias más nefastas".  Las palabras de Antonio Pau son mi perplejidad descrita: "Resulta llamativo, en este Rilke tardío, un cierto decaimiento interior, un cierto abandono de posiciones que mantuvo firmemente a lo largo de su vida".

¿Contradictorio?

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