miércoles, 23 de febrero de 2011

Ah la vejez, la vejez, qué incómoda es... Qué ralentizado va el cuerpo, qué difícil lograr aunar nuestros conceptos y los suyos en un mismo concepto, discutible y común. Qué aislamiento, si la vista decrece, y el oído decrece. Seres temerosos que andan a tientas en su mundo lento lento lento que no lograremos comprender jamás. Y esos alientos de viejo que nos tiran a la nariz cuando nos acercamos demasiado a ellos, ¿por qué huele así el aliento de los viejos?
Mi voz galopaba atroz por mi laringe dañada para hacerme entender, pero ellos se quedaron en sus vidas lentas y yo ya no sé ni cómo dirigirme a ellos, los viejos pacientes que me envuelven, a diario, y a los que trato de apreciar... Trato de apreciar... Dificilmente puede apreciarse la vejez ajena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario