sábado, 21 de mayo de 2011

MIS AMIGAS (2ª PARTE)

Las putas de mis amigas lo son por muchos otros motivos... Define puta. Defino. Puta es aquella señora, o señor (emulando a Hillary) que te cabrea por una cierta languidez que no se corresponde con la realidad. Puta es aquél o aquélla cuya debilidad es solo aparente, utilizándola como arma de acercamiento y falsa empatía para con una. Las putas se acercan a una con falsa estupidez, falsa torpeza, falso discurso de hundimiento, para luego resurgir más fuertes y más guapas porque lo que esconden es un complejo de deidad. Son diosas, en verdad, las putas.
Así y todo, yo caí en sus redes. Cuando las putas de mis amigas temían hacer hydrospeed por aquello de qué fría estará el agua y qué frío el ambiente, 11º pirenaicos, que se corresponden con 4º mediterráneos aproximadamente, yo las creí. Y su debilidad aparente me animaba a animarlas, me espoleaba, me inducía a mitigar sus miedos y entonces era yo la heroína, la sabia inductora de autoconfianza, la diosa. Y ante sus "noes" repetidos yo insistía todo lo que podía. Utilizaba la palabra hydrospeed para todo, a lo subliminal, que dirían los publicistas: "¿Me pasas el pan?"  Hydrospeed, contestaba yo. "Dobles parejas" decía una. "Escalera de hydrospeed" era mi respuesta inmediata. "¿Qué compramos para comer?"  "100 gramos de hydrospeed picado", continuaba. Así, accedieron a reservar la actividad acuática de marras ante la amenaza de convertir todo mi vocabulario en términos derivados de ese neologismo de tintes griegos.
Y para Campo que nos fuimos, con un paisaje exuberante pegado al cristal del coche, y una negrura de nubes que resaltaba más el verdor de las hayas, o los pinos, no recuerdo... Y temblábamos todas de miedo y a mí me entraba una debilidad muy honda que trataba de ignorar. Pusimos música en el coche que sonaba a marcha fúnebre. Atajo de reos dirigiéndose al paredón, éramos, en el coche.
Al llegar, yo ya solo podía utilizar la palabra hydrospeed, y gritaba ese vocablo sin ton ni son. La encargada de la actividad era una chica joven embaraza que rezumaba felicidad por los cuatro costados. A su lado, su marido trataba de convencernos para hacer rafting. ¿Estáis seguras de que no preferís hacer rafting? Es más divertido. Hydrospeed, contestaba yo. ¿Pero con este tiempo os vais a meter en el río? Hydrospeed, contestaba yo. Mira que el rafting también es peligroso, y os podéis caer al agua, y tiene su riesgo y eso... Hydrospeed, seguía yo en mis trece cual autista empeñado en la pelotita roja...
Las caras de mis amigas eran de rafting, y más considerando que I. nunca había probado el hydro. Sólo en ese momento dudé un poco de mis primeras intenciones, por aquel discurso manido sobre la amistad y el compartir y el ceder y el respetar, en el que yo no estaba muy ducha, no...
Entonces la suerte se encargó de decidirlo. Y salíó la cara de la moneda y comprendí que el destino quiso que       pusiéramos a prueba nuestra resistencia en el agua.
Entonces, cuando ya la decisión estaba tomada vimos a un grupo de adonis, altos, rubios, de sonrisa abierta en abanico y mirada fulminante, que se dirigían en masa a una de las barcas del ranfting... Maldición. Eramos 3 solteras de las 5 y allí se esfumaba una posibilidad más de no morir solas...
Nos vestimos con el traje de neopreno grueso que hacía que el sudor oliera a alquitrán, nos enfundamos el chaleco, el casco, las aletas... Y nos fuimos al río Esera con nuestras tablas. Qué contenta estaba yo. Qué miedo (falso, ahora lo sé) percibía yo en las miradas de las putas de mis amigas. Que no era miedo, miedo no era ninguno, pues al meternos en el agua llena de corrientes, rápidos y rocas ellas se deslizaban por sobre la blanda superficie como sirenas en la mar, eran las sirenas con cuyos cantos morían los marineros, de tan zorras que son las pobres. Allí estaban, avanzando contra corriente sin dificultad, aleteando con elegancia de cabareteras, las cabronas. Con lo que fuman, las zorras. ¿Dónde está su capacidad pulmonar mermada por los humos ingeridos largamente durante largos años? Allí que iban, las falsas, sin miedo, con arrojo, con el valor que a mí me desapareció en cuanto introduje una aleta en el río revuelto. Yo me asfixiaba. Yo no lograba avanzar por más que aleteara. No encontraba el modo de aletear sin golpearme las rodillas contra las rocas del fondo, que el río no estaba muy crecido, no... Y la corriente me empujaba en sentido contrario, y nunca las alcanzaba, a las cabronas, yo que trataba de fumar mucho menos que ellas, sedentarias y futuras portadoras de una válvula aorto-pulmonar de bovino... Yo parecía el fuelle que aviva el fuego en las casas antiguas. Y las veía alejarse, y mis piernas temblaban del esfuerzo sobrehumano. Y el monitor me preguntaba, tan seguro en su kayak: ¿Vas bien? Y yo le decía: La verdad es que no... Y se iba, sonriendo e ignorando que yo no bromeaba.
El tramo a recorrer era infinito, nunca una hora y media fue tan larga y llena de horror, nunca. El casco me tapaba los ojos, y mi miopía me impedía ver más allá de las aguas enturbiadas. De pronto, no vi una piedra que habitaba bajo un salto de agua y allá que estampé mi maltrecho tobillo izquierdo, portador de dos esguinces mal curados.
Yo me agarraba como podía a mi tabla pero mis bíceps ya no podían sostener mi peso. Y las zorras de mis amigas surfeaban sin remilgos, sorteando piedras y saltos, atrapando las mejores olas sin perder la compostura ni el casco, sin despeinarse a penas, y hablando animadamente porque aún el esfuerzo, nimio para ellas, les permitía hablar y comentar las mejores jugadas.
 Putas mentirosas de miedo fingido... ¿También es falso lo que fumáis? ¿El humo del cigarro es limpio aire que respiráis? ¿Las grasas saturadas que ingerís a diario son antioxidantes en vuestros organismos de diosas?
Nunca más... Nunca.

domingo, 8 de mayo de 2011

PARIS, JE T'AIME

Adoro París. Creo que en otra vida fui francesa, pero más que francesa, parisina, si se me permite. Porque sé que la mayoría de franceses detestan a sus compatriotras de la gran urbe. Pero yo adoro París y sus habitantes. Suspendido por fin el examen (maldito examen, qué preguntas más jodidas, y la parte oral puso a prueba mi escasa capacidad de habla inglesa mermada más aún si cabe por la inseguridad que produce la conciencia de la propia mediocridad... fue patético...) suspendido el examen, como decía, me quedé sola unas horas mientras mis compañeros iban a recoger su bien merecido diploma. Hacía un calor acuciante, ahora mismo lo hay, mientras escribo en la cama de un apartamento que nos ha alquilado alguien no recuerdo quién... En la rue de Saint Denis 123. Es un barrio animado. Hay árabes y negros y adolescentes que pasean de dos en dos. Yo me paseo por el barrio latino y por Saint Germain du pres. Entro en un bar y me pido una botella de agua. Calor. El camarero es amable y me pregunta quién eres, qué haces, bla bla bla. Yo prosigo al cabo mi viaje por las orillas del Sena plagadas de librerías de viejo. Desciendo junto a la orilla y me siento a mirar el agua. Y pienso en muchas cosas que se mezclan y me marean... París... ¿Sería yo feliz aquí, sin mi mediterráneo? Sí, probablemente lo sería. Llegan mis amigos, nos vamos al Louvre, qué calor, maldito calor... Paseamos por los Campos Elíseos. Me compro un paquete de Fortuna por cinco euros con ochenta. La hostia. Maldito París... Cogemos el metro... Atestado de gente pegajosa y ni un ápice de aire que respirar... Maldito París... Descendemos en nuestra parada. Y nos encontramos en la puerta de un local donde va a empezar un concierto de jazz gratuito. Adoro París. Es un quinteto que toca música folclórica de la Europa del Este como en una película de Emir Kusturika... Acordeón, guitarra, bajo, percusión... Los tíos se emocionan y comienzan a improvisar y los intrumentos emiten ruidos extraños agudos y chirriantes y es todo una catarsis que me emociona y me anima a seguir adelante con mi vida no parisina, porque la mayoría de la gente vive una vida no parisina... Me encanta el cocierto. Hay gente muy variada y muy joven, la ancianidad es un tabú en París... Qué calor... Qué bonito... Y la gente es culta y silenciosa pero sonríe y todo parece mejor aquí... Pero el tráfico... Y las multitudes... Entonces creo que echo de menos un poco de aire libre, de espacio en el que desenvolverme... Y creo que quiero regresar ya a mi submundo de pacientes insufribles y jefes y trabajo... No, en verdad no quiero, estoy hasta los huevos del trabajo...

¿Cuántas contradicciones caben dentro de un ser humano?

Más tarde haré los cálculos, ahora no me apetece...