viernes, 18 de febrero de 2011

LA SEDUCTORA

La seductora tenía una belleza casual, como la pose de un desnudo para un estudio

fotográfico. Besaba cuellos y manos y frentes. Hallaba secretos ocultos en los hombres.

Y ellos buscaban el vientre blando para dormir.

¿Y qué hacía la seductora, junto a la inconsciencia del durmiente? Se miraba las manos

de venas tenues. Se palpaba los labios nacarados. Se acariciaba el rostro. ¡Temía

desaparecer un día consumida por las caricias, engullida por los besos, erosionada por el

roce constante del amor! Así, se embadurnaba con  pomadas para cubrir las grietas que

iban asomando en la piel. Fabricaba cremas y aceites para mantener la uniformidad de

su existencia.

Pero la seductora se consumía debajo de los cuerpos. Desaparecía la epidermis,

desaparecía la dermis. No había ungüento que cubriera su mutilación. ¡Cómo explicar

el horror que tal estado anatómico le producía! Mas sus amantes ignoraban el hecho,

creyéndola intacta.
 
Se deshizo una mañana dejando huesos y anejos. La perplejidad de los hombres se

escuchó durante años. 

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