martes, 25 de enero de 2011

Explante de córneas

No entiendo porqué una tiene que sufrir estas desavenencias de la profesión. Me llaman para explante de córneas. Subo a quirófano, tétrico por lo viejo. Y hallo un cuerpecillo femenino de 34 años, anaranjado por el iodo, semi-suspendido en la camilla cual jesucristo resucitado, agarrado de las muñecas y de los tobillos. Tiene el vientre vacío, pues otras manos se han servido de sus entrañas que darán la vida a nuevos cuerpos. Una enorme cicatriz la delata, desde el cuello hasta el pubis de vello anaranjado.
Me dispongo a arrancar sus preciadas córneas y he de ver su cara, coronada por el cabello pelirrojo, y con el aire perplejo ante el hecho de  que la muerte la pillara tan joven por una hemorragia subaracnoidea que jamás hubiera imaginado. Los dedos de los pies lucen un carmín coqueto. Pero el lecho ungueal de las manos es pálido como el resto de su cuerpo muerto.
Entonces se desarrolla la situación más desagradable que jamás mi espíritu sensible contemplara: unos seres silenciosos venidos de otro hospital se disponen al explante de tejidos para llevarlos al banco de tejidos de su hospital. Y comienza una macabra disección de todos sus músculos, y tejido graso, y arterias y venas... Y prosiguen como buitres separando el fémur de su tibia y llevándose los peronés, y ligamentos, y cartílagos, y meniscos... Los músculos son de un rojo granate y se separan tan fácilmente de los huesos que les dieran forma!!! La piel yace, a un lado, deformada. 
He de contener las ganas de llorar y de vomitar.
Yo he acabado mi trabajo aceptablemente. He suturado los párpados sobre las cuencas vacías. Asoma algún pezado de gel vítreo y he de sacarlo con las pinzas. El material quirúrgico de este hospital es infame. Qué curioso.
Qué tristeza, contemplarnos tan de cerca, tanta fragilidad estridente, tanta evidencia del final. Ahora me iré a la cama y trataré de no pensarlo. 

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