sábado, 6 de agosto de 2011

EL YUGO.

Sordidez. No puedo, no puedo no aprehenderla por todas partes, desde todas partes. Caminaba por El Carmen con mi amiga la psiquiatra y un viejo hindú o paquistaní me guiñó un ojo desde su bicicleta desdentada... No, desde su sonrisa desdentada... Me guiñó el único ojo que tenía sano, pues el izquierdo permanecía ajeno a la motilidad de su hermano, recubierto por el párpado inválido como los personajes embolizados por el Vietnam que pueblan mis sueños... Me guiñó su ojo derecho y me sentí bien, una puede despertar guiños en ojos ajenos pese a la delgadez imperantes de estas latitudes y a la belleza usurpadora de estas latitudes... Me ofreció una rosa. No quiero una rosa tan pequeña envuelta en un plastiquito para que se pudra en un solo amanecer. No la quiero. El señor vendedor me extiende la mano en señal de complicidad y la estrecho y está áspera y caliente. Me mira fijamente a los ojos, desde su único ojo, cíclope inconcluso...

Ay....

Mi amiga la psiquiatra y yo hablamos de la vida, de la treintena recién estrenada, de los niños que no sabemos si vendrán algún día... Uf... Le cuento que le quiero regalar el último libro de Onfray donde el autor pone a caldo a Freud, y ella me dice que no, se pone roja y nerviosa, no, no quiero una crítica a Freud... Hablo del prólogo escrito por el propio Onfray donde se reduce el psicoanálisis a diez postulados que él va desmitificando. No se puede reducir todo el psicoanálisis a diez postulados, argumenta ella... Tal vez tenga razón. No se puede.

Unos chicos pasan presurosos junto a nosotras y cogen una botella de Fanta de limón light que pernoctaba en una maceta que había al lado justo de nuestra mesa.

Hace un calor que no se puede aguantar, y me recojo el pelo humedecido por la brisa marina en un moño maltrecho y lánguido. La camiseta se me pega a la carne reblandecida y veo a todas esas chicas de pelo lacio y suelto sin ninguna gota de sudor que surque sus sienes... Mi amiga me habla de los tacones, la conversación deriva en temas eminentemente feminoides. No puedo, le digo, no los aguanto. Cómprate unos, me dice ella, así serás más alta y estarás más cerca de la luna. Quisiera ser tan alta como la lunaaaa, ay ay, como la lunaaaa, tararea alguien en el cogote resbaladizo.

Caminamos por las calles angostas. Mi cuello se doblega ante el peso del collar que me ha regalado y que sé que jamás me volveré a poner, pues otros yugos lo comban ya...

Ya en casa, me quito el sujetador y compruebo que el calor ha fundido el metal de los aros y me ha tatuado una línea argenta, oculta bajo las mamas colgantes. Mamas bamboleantes. Bolas. Peras. Masas. Tumores. Tetas. Senos.

Recuerdo una frase que me ha dicho mi amiga la psiquiatra. Cada vez pienso más en la muerte como un descanso real para aquellos que sufren. Sí, digo yo, el descanso definitivo. Pero no hablemos de ella cuando no esté delante, que es de mala educación...

Ay, los treinta y sus reflexiones malditas...

2 comentarios:

  1. Mas que mala educacion, es especular, pues nada sabemos de ella.

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  2. me encantan las camisetas sudadas y mojadas, dejan entrever la depravación que sufro.

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