jueves, 12 de abril de 2012

LA TETA QUE CRECE

Mi mano abarcaba mi teta derecha por completo hace una semana. Me gustaba colocarla encima, recogida en forma de cuenco para acoplarla a la convexidad de la glándula. Me gustaba sentir el pezón afilado rozando la palma de la mano derecha solapada sobre la teta derecha. Era una mama sin pretensiones, mediana tirando a pequeña, pero me gustaba. Porque no estaba el atributo femenino expuesto tan abruptamente a las miradas prolongadas y prorrogables. Y me sentía capaz de seducir desde otros órganos: la afilada lengua que dibujaba hermosas palabras, la mirada ambarina como polen esparcido por una abeja sobre una flor de otoño.
Pero me he dejado el pelo suelto y mi mano ya no abarca la convexidad de mi teta. Esta semana la mama ha alcanzado dimensiones inimaginables que no logro comprender. Parece un exabrupto en mi tronco diminuto. ¡Y la izquierda la ha imitado en su megalomanía!
El pelo ha crecido sin un rumbo predeterminado, y los reflejos áureos atrapan las miradas como a mariposas en la liviana red. Porto dos tetas execrables y el pelo dorado que comba mi cuello. Los hombres se giran a mi paso y me piropean y me ofrecen beneficios de los que antes no osara jamás gozar. No debo esforzarme en la palabra ingeniosa o en la mirada que azuce el espíritu desvaído. Me portan en volandas y no debo pensar en subterfugios para subsistir. Me ofrecen cada día camas y coches, joyas y ropa. Podría enriquecerme de los hombres a cambio de yo misma.
Hoy he descargado todo cuanto me sobraba en un estercolero. Y no hay mama hipertrofiada ni cabello plúmbeo. Tampoco las miradas en mi carne socavadas eran ciertas. Hoy he adquirido las dimensiones adecuadas para ser albergada en este tiempo escaso que nunca fue lo suficientemente hermoso para mí. Hoy he paseado bajo el viento de poniente que era frío al caer la noche. El viento de poniente otorga al paisaje una claridad inusitada, desprovisto ya de toda humedad que lo torne de un azul tamizado. Y ese mirar la silueta exacta da miedo.
Prefiero la borrosidad del levante que no es otra que la de mi propia miopía, absolutamente inoperable.