sábado, 14 de abril de 2012

DE VIENTO

No comprendo la complejidad que alcanza el cielo despejado cuando deja de estarlo. Hace tan solo un instante el cielo era algo llano donde no habitaban proporciones. Desmesurado, se expandía el cielo como los pulmones de un gran corredor.
Cualquier elemento depositado en el cielo que veía yo hace unos instantes hubiera carecido de coordenadas que lograran situarlo en el aquí y el ahora del cielo, porque el cielo que yo veía era un continuum de una sola dimensión donde nada puede depositarse sin quedar desprovisto de su tridimensionalidad.
Pero hace unos instantes, tan solo unos instantes, las partículas invisibles que habitan en lo llano del cielo cobraban formas inusitadas en las que sí se apreciaban proporciones. Y veía yo las nubes más grandes de más cerca, y el ir menguando de las nubes de más lejos. Veía una reducción de las nubes a medida que miraba yo más atrás, porque entonces sí había un más atrás desde aquel nuevo elemento depositado de pronto sobre el cielo que eran las nubes. Pero a su vez, no eran nubes escindidas de las primeras las que se situaban en planos posteriores, sino que era toda la misma masa nebulosa que, por lo desmesurada, se expandía en el cielo como músculos que se ejercitan en el organismo de un gran corredor antes de la carrera.
Las circunvoluciones de las nubes las convertían en un gran cerebro desprovisto de su cráneo. El gris era mayor en los rincones, en los pliegues, en las arrugas, y el resto a lo mejor era blanco. Pero el gris de las nubes más alejadas del cielo se convertía en azul.
Los grandes sesos que eran las nubes poseían una delimitación adecuada, sin esa difuminación típica del levante, sin ese no saber qué es cielo o qué es nube tan característico de estas latitudes perfumadas por el viento del levante que lo mezcla todo en una textura abigarrada donde se confunden verde, azul y amarillo y el viento le vuelve loca a una con ese gotear de las axilas y de los cueros cabelludos y le despigmenta también a una, y el rojo de los labios se mezcla con el verde de los iris y el marrón de las areolas mamarias. No, afortunadamente no era así, y la delimitación era la adecuada. Pero a pesar de lo grande del espacio que las envolvía, las nubes se replegaban sobre si mismas y parecía que crecieran hacia adentro. Entonces poseían aristas deformadas y eran poliedros atisbados a través de un cristal curvo con todas las aristas y los vértices concentrados en si mismos como en un gran cerebro hipertrofiado.
Entonces, solo entonces he pensado que la nitidez del día en que me hallaba permitía apreciar la complejidad de las nubes con mayor exactitud que en los días de levante, y pensé que el levante es engañoso porque mezcla colores y texturas que lejos de simplificar la imagen, la desconciertan a una tratando de distinguir los rebordes y las delimitaciones. La vuelven loca a una tratando de apreciar la verdadera imagen, necesaria para saber a qué atenernos.