martes, 20 de marzo de 2012

DIOSA YO

La ventana de mi cuarto está entreabierta y se oye el viento como perros recién nacidos en un eterno lamento de existencia nueva. Y cuando se anclan a las mamas de la perra madre acallan su amargura, y aprietan suavemente el vientre rosado con una pata primero y luego con la otra, y así encuentran sosiego. ¿Encuentran consuelo ante la perra nutricia? Hay un desarraigo que me arrastra desde hace treinta años y ojalá fuera el viento el que me arrastrara en su capricho aleatorio, que este desarraigo no lo es. La condena, la esclavitud a la que me someto es la repetición del mismo doloroso fenómeno del desarraigo una y otra vez. Me extraen el pezón del hocico una y otra vez. Puedo sentir la leche agria en el paladar que me trae recuerdos dulces de sosiego y de consuelo. Y cuando prosigo y tropiezo con nuevos pezones que me atrevo a introducir de nuevo en la boca seca, y extraigo la leche mediante el acto succionador, de nuevo se me arrebata la mama, la teta, la areola, la tetina, la masa, la bola, la pera, la mamella. Y de nuevo he de proseguir masticando una pasta que sabe a jengibre.
Pobre de mí. Pobres de aquellos que se tropiecen en mi camino y se atrevan a enlazar sus lenguas con la mía como cañerías por las que se deslice la saliva ígnea, e introduzcan su boca dentro de mi boca como matriuskas desesperadas. Pobres de aquellos que intenten emular el acto succionador en mí porque serán expulsados sin hallar consuelo, sin hallar sosiego. Pobres de aquellos que sean tierra para mi exilio porque seré expulsada tras hallar consuelo, y sosiego. Porque nunca alcanzaremos la paz primera previa al nacimiento en lenguas rosadas o mamas nutricias o tierras calientes. El desamparo es lo único y debemos, de una vez por todas, soportarlo.
Es tan fatigoso el existir... Cuánto alivio encontraría enlazada a una placenta mediante el cordón umbilical, siendo así alimentada y oxigenada cada minuto y cada hora del día. Y acaso otro cordón que me anclara a otro cerebro, a los pensamientos de otro que fueran por fin los míos, que no sé dónde se gestan, los míos, dónde se maceran, en qué fragua de qué maltrecho artesano se forjan. Ojalá los pensamientos entraran en mí ya originados en otro órgano morulado, ya remodelados, pincelados, esculpidos, ya desprovistos de toda maleza, de todo sobrenadante, de todo desecho o porquería vistosa. Pensamientos livianos, alegres, vitales. Indispensables. Esos son los que yo querría. Ojalá mis articulaciones se movieran también impelidas por una fuerza motriz generada en otra fuente de energía que no fuera yo misma. Alguna llama incandescente que fuera pura y hermosa y las tornara vigorosas y flexibles. Ojalá mis ojos se impregnaran con las imágenes de otras retinas que ya hubieran seleccionado los paisajes más bellos de lluvia, de mar, de sol. Ojalá no fuera yo un ser como la arena que filtrara tanta agua prescindible hasta hallar alguna vez un artículo necesario.
Un artículo necesario.
Soy tan primitiva que solo hallo consuelo en el placer, y se me acusa de ello y se me tacha de hedonista y de intolerante al fracaso. ¿Quién en su sano juicio puede tolerar el dolor como un globo que se agranda en el pecho diminuto?
Deliro. Destilo un dramatismo que ni yo misma comprendo si comprendo qué es el placer y dónde hallarlo. Soy un ser desencaminado de la dicha y el placer porque me dieron ciento veinte vueltas con los ojos vendados y después me soltaron, y ahora voy dando tumbos, desorientada.

Nunca he entendido la unicidad que nos define y comprendería mejor una existencia de seres enlazados entre sí como una matriz compacta de dadores y receptores. Solo la cópula y la gestación se aproximan a mi ideal de existencia, cubículos unos de otros y nunca más el destierro. Continentes y contenidos los unos en los otros y nunca más la postura sola e inexacta. Perecedera.

Deliro.

Camino fuera del Olimpo y me acusan de taciturna. Y yo les digo: no, solo desamparada.


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