viernes, 25 de marzo de 2011

VEO

Veo: las ramas de la planta que me compré en los chinos asomando tras la columna de la pared derecha del comedor como cabaretistas que enseñan las piernas enfundadas en medias de seda tras las cortinas del escenario. Y sobre la cómoda en la que se halla la planta, veo una hilera de polvo que decolora más aún la madera decolorada por el sol que entra por la ventana que se sitúa justo sobre ella. Veo la foto de mi madre junto a la de mi gata, bajo las ramas impúdicas de la planta que asoman tras la columna de la derecha, no, de la izquierda, según se mire, y según me halle yo sentada, del comedor. Veo un cielo turbio como agua de fregar que resalta el polvo adherido a los cristales de la ventana y de la puerta del balconcito, que mi casa también tiene balconcito... Veo la misma suciedad en la tela que cubre el sofá desde hace un año y que he lavado algunas veces por poseer sustancias procedentes de algunos cuerpos que me acompañaron aquí y acullá algunas noches enturbiadas...
Veo la mesa camilla a la derecha del sofá con el mantel de plástico que cuelga en una asimetría inquietante. Polvo veo desde aquí sobre el hule de la mesa camilla, que sazona los libros que en ella yacen desde hace décadas, inamovibles, que así tranquilizan mi espíritu, sabiéndolos cerca...
Veo la lámpara que me da cobijo en este cuarto sin luz más que la del cielo sucio de la primavera sucia que me sacude en la tarde de hoy. Veo la lámpara apagada, que aún la luz me permite verme, a mí y a mis cosas, tan poco queridas, tan maltrechas como mi ánimo de esta tarde. Me quedaré sin nada, si así sigo, me planteo. Me quedaré sin planta, sin foto, sin madre y sin gata. Me quedaré sin el color de la manta que cubre mi sofá endurecido por los fracasos que sobre él se exhibieron algunas noches de inmundicia. Me quedaré sin los libros que me aguardan desde tiempos inmemoriales sobre el hule de plástico que cubre la mesa camilla cubierta de polvo. Me quedaré sin la lámpara que me ha hecho resplandecer de alegría algunas tardes que no son como la de hoy, tan sucias y espolvoreadas de tiempo famélico.
Y mi ropa poco a poco se irá convirtiendo en jirones de telas neutras.
Veo mi bicicleta apoyada sobre la pared derecha del comedor, nueva y resplandeciente. Orientada hacia la pared norte, aquella en la que nunca da el sol. Mi bicicleta fue mi guía durante un tiempo, pero ahora que he sucumbido a la minusvalía de estos tiempos ya no tengo piernas para utilizarla.
Veo mi cocina tan pequeña como decoración añadida a la pequeña estancia que es mi casa. Y veo la radio que me regalaron que ya no lee CDs nunca más y que me cantaba las noticias en las mañanas frescas del otoño y en las tórridas del verano, acortado el vestido rojo hasta los muslos cuando desayunaba en la banqueta tan alta y tan incómoda leche con nescafé. Ahora las mañanas duran menos que antes y eso tampoco lo soporto, ni lo entiendo.
Pero estoy aquí, estática y sola, como hacía tiempo no lo estaba. La ventana frente a mí y aún es de día. Mirando en torno a mí y constatando que nada volverá a ser lo mismo.

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