sábado, 31 de marzo de 2012

NOTA DE AVISO

Anoche vi Maridos y mujeres. Estaba sola en casa, estudiando, y algo me trajo a la mente esa película. Quisiera recordar qué. Me gustaría que mi memoria fuera mi almanaque, como esas personas que hablan del pasado nombrando los años en los que tuvieron lugar acontecimientos vitales relevantes: en 1994 me empastaron una muela; en 2003 Carminita tomó la comunión...
Desconozco mis acontecimientos vitales por años. Debería utilizar los dedos como cábala para el cálculo matemático en el que nunca fui muy ducha, y así saber si me fui de Erasmus en 2005 o en 2006. O si mi abuelo falleció en 2001 o en 2005. Y eso si hay algún hecho relevante que me sitúe en un lustro aproximado, porque de lo contrario no sabría ni tan siquiera a partir de qué cifra comenzar a calcular...
Cuando hablaba de las islas que conforman un mismo archipiélago me refería a algo muy concreto que no quisiera descifrar aquí, pero pensándolo bien, podría también aplicarse a esa manía mía de llevar a cabo mi propia existencia. Los acontecimientos que voy viviendo se van acumulando a mis espaldas aislados unos de otros sin elementos comunes que los aúnen bajo un mismo nombre geográfico... Mi vida se compone de imágenes muy nítidas que de ningún modo sabría ordenar por fechas o  por algún otro elemento clarificador o aclaratorio. No trato de que lo que me suceda quede impreso en papel de calco o papel fotográfico. No tengo documentos que avalen mi pasado, tan solo la memoria poco fiable y algún diario en el que me suelo lamentar de esto o aquello. No hay documentos gráficos de la mayoría de los años que han transcurrido ya. Poseo grandes y maravillosos recuerdos de mis viajes pero ni una sola imagen imperecedera. Y es que no me gusta mancillar el momento con una cámara perturbadora. Y a veces habita el caos en mí y no soy nada fiable como historiadora. 
Utilizaba agenda en el colegio y en el instituto. Algunas veces en la universidad. Pero ya en la residencia los quehaceres se iban acumulando en mi hipocampo como buenamente podía, o bien en las notas recordatorias del teléfono móvil. Y así ha sido hasta ahora. Creo que de esta forma soy más feliz porque me invade un sentimiento de liviandad del que antes, con agenda, carecía. (Y ello se lo debo al olvido de gran parte de los recados que por tanto, no acometo).
Como siempre, las películas de Woody Allen son un soplo de aire fresco. Me puse un pantalón vaquero y la cazadora sobre el pijama. Subí en la bici y pedaleé hasta el único videoclub en el que podrían tenerla, el de la calle Serpis. (Hacía poniente y eso siempre me altera un poco). 
La película es un remake de otras tantas películas de Allen en las que los protagonistas son maniqueos y previsibles y por eso, me gustan tanto. Por eso y porque una siempre se siente identificada con alguno de ellos. En mi caso, suelo ser Woody Allen y los alter egos que aparecen en la mayoría de sus películas cuando no es él el actor. Pero a veces soy también Mia Farrow y me enfurezco con ese personaje y con ese lado de mí misma que no me agrada: su andar de hombros caídos, su melancolía insobornable. 

¿Qué me trajo a la mente esa película? ¡Sí! ¡Ya me acuerdo! 

Y qué alivio siento al recordarlo...


martes, 27 de marzo de 2012

EL ARCHIPIÉLAGO DIVIDIDO


Todavía desconozco si las islas que conforman un mismo archipiélago poseen todas el mismo clima, la misma vegetación, los mismos animales que gozan en libertad y gozan también en el cautiverio. Si las roza el mismo cielo y las mismas nubes arborescentes, si son los mismos rayos los que las atraviesan durante el día. Si el agua que ondea en la orilla de la playa de una de esas islas llegará impelida por esa misma fuerza a la orilla de la playa de la isla siguiente. Ignoro la geología de las islas que conforman un solo archipiélago. Si la dureza de las piedras que se yerguen en sus acantilados es la misma en una u otra isla. Si la arena inasible se esparce ante un mismo soplo de labios en una u otra isla. Ignoro qué las hace pertenecer a un mismo archipiélago. Ignoro si sería posible que cada una de esas islas poseyera su propia selva y sus especies, su propio arroyo de agua dulce emergente de las profundidades de alguna cueva incauta. Ignoro si sería posible que procedieran de orígenes tan distintos que las situaran en un estado de permanente vulnerabilidad. Ignoro si sería posible que su origen fuera azaroso, orígenes tan distintos que no pudiéramos aunarlas bajo un mismo nombre geográfico.
No quiero pensar en una procedencia tan dispar de las islas que salpican una misma superficie. Prefiero pensar que son hermanas y que las protegen el mismo padre y la misma madre, y que gozan de los mismos genes y por lo tanto, gozarán de las mismas enfermedades y de las mismas virtudes. Prefiero vislumbrar las islas con mis prismáticos en un mismo espacio circular y soñar con que pueden existir autosuficientes pero sabedoras de su pertenencia a un mismo todo.

martes, 20 de marzo de 2012

DIOSA YO

La ventana de mi cuarto está entreabierta y se oye el viento como perros recién nacidos en un eterno lamento de existencia nueva. Y cuando se anclan a las mamas de la perra madre acallan su amargura, y aprietan suavemente el vientre rosado con una pata primero y luego con la otra, y así encuentran sosiego. ¿Encuentran consuelo ante la perra nutricia? Hay un desarraigo que me arrastra desde hace treinta años y ojalá fuera el viento el que me arrastrara en su capricho aleatorio, que este desarraigo no lo es. La condena, la esclavitud a la que me someto es la repetición del mismo doloroso fenómeno del desarraigo una y otra vez. Me extraen el pezón del hocico una y otra vez. Puedo sentir la leche agria en el paladar que me trae recuerdos dulces de sosiego y de consuelo. Y cuando prosigo y tropiezo con nuevos pezones que me atrevo a introducir de nuevo en la boca seca, y extraigo la leche mediante el acto succionador, de nuevo se me arrebata la mama, la teta, la areola, la tetina, la masa, la bola, la pera, la mamella. Y de nuevo he de proseguir masticando una pasta que sabe a jengibre.
Pobre de mí. Pobres de aquellos que se tropiecen en mi camino y se atrevan a enlazar sus lenguas con la mía como cañerías por las que se deslice la saliva ígnea, e introduzcan su boca dentro de mi boca como matriuskas desesperadas. Pobres de aquellos que intenten emular el acto succionador en mí porque serán expulsados sin hallar consuelo, sin hallar sosiego. Pobres de aquellos que sean tierra para mi exilio porque seré expulsada tras hallar consuelo, y sosiego. Porque nunca alcanzaremos la paz primera previa al nacimiento en lenguas rosadas o mamas nutricias o tierras calientes. El desamparo es lo único y debemos, de una vez por todas, soportarlo.
Es tan fatigoso el existir... Cuánto alivio encontraría enlazada a una placenta mediante el cordón umbilical, siendo así alimentada y oxigenada cada minuto y cada hora del día. Y acaso otro cordón que me anclara a otro cerebro, a los pensamientos de otro que fueran por fin los míos, que no sé dónde se gestan, los míos, dónde se maceran, en qué fragua de qué maltrecho artesano se forjan. Ojalá los pensamientos entraran en mí ya originados en otro órgano morulado, ya remodelados, pincelados, esculpidos, ya desprovistos de toda maleza, de todo sobrenadante, de todo desecho o porquería vistosa. Pensamientos livianos, alegres, vitales. Indispensables. Esos son los que yo querría. Ojalá mis articulaciones se movieran también impelidas por una fuerza motriz generada en otra fuente de energía que no fuera yo misma. Alguna llama incandescente que fuera pura y hermosa y las tornara vigorosas y flexibles. Ojalá mis ojos se impregnaran con las imágenes de otras retinas que ya hubieran seleccionado los paisajes más bellos de lluvia, de mar, de sol. Ojalá no fuera yo un ser como la arena que filtrara tanta agua prescindible hasta hallar alguna vez un artículo necesario.
Un artículo necesario.
Soy tan primitiva que solo hallo consuelo en el placer, y se me acusa de ello y se me tacha de hedonista y de intolerante al fracaso. ¿Quién en su sano juicio puede tolerar el dolor como un globo que se agranda en el pecho diminuto?
Deliro. Destilo un dramatismo que ni yo misma comprendo si comprendo qué es el placer y dónde hallarlo. Soy un ser desencaminado de la dicha y el placer porque me dieron ciento veinte vueltas con los ojos vendados y después me soltaron, y ahora voy dando tumbos, desorientada.

Nunca he entendido la unicidad que nos define y comprendería mejor una existencia de seres enlazados entre sí como una matriz compacta de dadores y receptores. Solo la cópula y la gestación se aproximan a mi ideal de existencia, cubículos unos de otros y nunca más el destierro. Continentes y contenidos los unos en los otros y nunca más la postura sola e inexacta. Perecedera.

Deliro.

Camino fuera del Olimpo y me acusan de taciturna. Y yo les digo: no, solo desamparada.