domingo, 17 de abril de 2011

ANALOGIAS


Leo la biografía de Rilke que mi hermana Carla me ha regalado esta Navidad, y es justo lo opuesto a Joyce. Veamos. Parece ser que ambos procedían de ambientes sociales poco estimulantes. El padre de Rilke era un funcionario ferroviario, de lo que Rilke siempre se avergonzó, y trató de idealizar la figura paterna, y de crearse un pasado nobiliario, y un futuro aristocrático. Sorprende esa necesidad de lo elevado socialmente en el imaginario del poeta. También Joyce procedía de una familia de baja alcurnia, y el apellido Murray de su madre nunca fue del todo aceptado por el padre. Algo de la inquietud artística le transmitió el padre a James, a partir de su carrera frustrada de tenor, de su alta autoestima y de su capacidad increíble de contar historias, que le sirvieron como fuente de inagotable creatividad al escritor. Asimismo, es la madre de Rilke quien inculca a su hijo la pasión literaria, estimulando su imaginación leyéndole relatos y poemas, aunque nunca ejerció de figura cuidadora. Rilke sustituyó a sus padres reales por las figuras altamente intelectuales de Rodin y Lou Andreas- Salomé, como padre y madre respectivamente. 

Encuentro otras diferencias importantes entre ambos. Así como Joyce necesitaba del estado de enamoramiento como algo indisoluble de su propia existencia, y bebía del erotismo que emanaba de la figura adorada y vilipendiada a un tiempo, la campesina Nora,  que queda reflejado en el epistolario entre los dos cuando él regresó a Dublín por unas semanas y ella seguía en Trieste,  Rilke trata de sublimar la pasión con la obra artística.

La fijación de Joyce por una campesina analfabeta revela la procedencia del escritor de una familia desestructurada, de errática trayectoria, donde el padre acumuló, en palabras de Friedmann, “hijos y deudas”. Joyce gustaba de visitar los prostíbulos, que también le sirvieron de fuente de inspiración para su obra. En este caso me recuerda a Luís Martín- Santos, quien, en vida, también era asiduo de estas casas de vida alegre y que también queda reflejado de manera magistral en su obra “Tiempo de silencio”. Me imagino qué hubiera sucedido en caso de ser una mujer escritora la que plasmara en sus obras los encantos de esos tocadores donde preciosas mujeres encarnaban sus mejillas y sus labios para resultar jugosos y atrayentes.
La fijación del escritor irlandés por esta robusta mujer de caderas anchas, que encarnaba a la perfección la fuente materna, revela su imperiosa necesidad de sexo. No obstante, no supo ejercer de padre, y sus relaciones con la bebida definieron en gran parte su trayectoria vital, e influyeron de manera negativa (y positiva en el aspecto literario) en su relación con Nora. Su mujer lo amenazaba con dejarle, lo que su a vez incentivaba la atracción sexual entre los dos, aspecto fundamental en la vida del escritor. Nora sabía cómo alentarle con palabras húmedas para evitar que su marido se dispersara en otros brazos y otras piernas. Sin embargo, el escritor necesitaba del estado de enamoramiento para seguir, y así, trató de seducir a algunas mujeres pero sin éxito.

Rilke, por el contrario, aun procediendo de una clase social baja, trató de rodearse de un ambiente noble, y así lo demuestra su enamoramiento de mujeres intelectuales de la época. Como Lou- Andreas Salomé o la duquesa Nollais. También el estado de enamoramiento le sirvió como fuente de inspiración, y sobre todo como estímulo intelectual. Pero él huía de la relación amorosa como muro cercador, asfixiante, que inhibe el impulso creador. El trataba de tener una relación abierta, alejada de obligaciones conyugales. Su matrimonio con Clara, la escultora, le sirvió sobre todo como receptora de las cartas en las que él le transmitía sus deseos, sus estímulos artísticos, en las ciudades italianas en las que estudió el Renacimiento: Roma, Veraggio, Venecia, Florencia. 


Impresionada por la vida del poeta. Me interesé por esta figura tras leer Los aventureros del absoluto, de Todorov.  En este libro, el autor analiza las vidas de tres escritores dedicadas por entero al arte, o más bien diseñadas y predeterminadas por el arte: Rilke, Wilde y Tatsáieva. Habla de la dedicación de Rilke al arte, su labor asignada por un dios para crear, únicamente. Es ese dios, en minúsculas, al que se refiere Maria von Thund en su libro como inspiración para el poeta. El poeta, recluído durante el invierno en el castillo de Duino, oía la voz de dios hablándole a orillas del mar, dictándole los primeros versos de las Elegías. He leído algo de las Elegías, con miedo a no comprender nada. Diez años tardó el poeta en escribir las 10 elegías, y unos pocos días para escribir los 54 sonetos a Orfeo que versaban sobre sus predecesoras.

Esos años estuvieron marcados por una trayectoria errante, como la de Joyce. El poeta viajó incesantemente en busca de un lugar amable en el que concentrarse: Trieste, Duino, Veraggio, Venecia, Roma, Munich, París, España (Toledo, Ronda, Sevilla brevemente), Rusia, Egipto. Incesantemente, en busca de la paz necesaria. Pero, al leer los apuntes de la varonesa puede adivinarse que el poeta amaba y temía a un tiempo esa paz y esa soledad necesarias para aplacar su espíritu nervioso. Las buscaba pero al tiempo le producían inquietud y desazón. El clima duro que le acompañó durante los inviernos en Duino y en Toledo le hizo temer esos lugares, y evitó acercarse a ellos, solo, de nuevo. Está claro que Rilke precisaba de la compañía como todos la necesitamos. La necesidad de la soledad salpicada de la tristeza de esa misma soledad. El rechazo de la hilaridad ajena, y la incomprensión de esa misma hilaridad. La duda acerca de la función de las relaciones sociales.

Bueno, más interesante me resulta el concepto de amor, anhelado y denostado a un tiempo por el poeta. No sé si los grandes estudiosos de la obra de Rilke habrán leído los apuntes de la varonesa, la respuesta creo que no precisa de contestación por lo obvia. Pero en ella, Rilke comprende por fin el papel que ha ejercido él en el amor. Dice que siempre ha dejado a su alma dejarse llevar por el arrebato que él mismo desataba en otras, pero que tras ese primer momento de pasión, volvía la nada. Así, era incapaz de llevar una relación estable y duradera, como sí supo hacerlo Joyce. Yo no puedo evitar tachar de vulgares a los seres que se someten de esa manera abrupta a lo ajeno, para siempre.
Existen dos clases de figuras amorosas, los amantes y los amados. Los primeros se entregan al otro con ingenuidad, con pasión desgarrada. Ellos aman la figura ajena y la precisan para seguir adelante. Yo creía que eran ellos los que se creaban una dependencia al amar. Y los amados son aquellos a los que salpica ese amor desmedido, y que pueden funcionar a través del amor sin límites del otro, porque el saberse amados de ese modo les proporciona la estabilidad necesaria para llevar a cabo proyectos vitales. No dependen de la figura del otro puesto que es prescindible en sus vidas. No han llegado a la conclusión del papel único del otro en sus vidas.

Rilke, no obstante, dice lo contrario. El amante, el que ama, lo hace de forma desinteresada, o lo ha de hacer de esa manera, entregándose sin esperar nada a cambio. Ese tipo de amor era el que precisaba el poeta, en palabras de la varonesa. Porque esa mujer amante del poeta debía estar dispuesta a las ausencias del poeta, a su predilección por la soledad y su necesidad para trabajar. Rilke le llama “amor intransitivo”. Y queda profundamente afectado por las vidas de algunas mujeres, como la monja María de Alcanforado, representante de este amor intransitivo, ilimitado, entregado, que le llevó a  su propia ruina al no poder alcanzarlo (o acaso fue ésa la razón del amor, su carácter inasible).
Y después, Rilke habla de la figura del amado, aquél que recibe la fuerza del amor del otro, y la diferencia reside en que es el amado quien DEPENDE del amor del otro, y no al revés. Trato de comprender y pienso: para él la figura ideal es aquella que ama desinteresadamente, sin esperar nada a cambio (amor intransitivo), y por tanto, esta figura no debe ser dependiente de la figura amada. Pero creo entenderlo en un supuesto teórico, más que real. Y la figura del amado, que se crea esa dependencia, no puede durar, como a él mismo le sucedía. Se creía arrastrado por el poder del amor, y no era más que el amor desmedido que le salpicaban aquéllas que se enamoraban de él. Al fin, acababa huyendo, pues es imposible permanecer junto a alguien al que no se ama sin repudiar su figura. Amar consiste en poder permanecer largas horas junto al otro sin alcanzar el hartazgo, o aprender a lidiar con el hartazgo a partir de la necesidad o la motivación de mantener la figura necesaria a nuestro lado. Si no existe tal estado de enamoramiento, o la necesidad de volver a reproducirlo si es que ya ha existido una vez, es imposible compartir largas horas junto a alguien. Y Rilke se halla entre los que eran incapaces de permanecer largas horas junto a alguien sin alcanzar el hartazgo, el aburrimiento, o la repulsión.



3 comentarios:

  1. Interesante reflexión ésta, sobre el amante y el amado. Esto, muy oportuno tras una conversación que tuve anoche con una amiga, me ha llevado a pensar en los celos. Le decía yo a mi amiga que cada vez me gusta más el ideal del amor libre, del jipismo basado en amar sin exclusividad. Y eso que yo siempre he sido una novia celosa, le dije. Y esto me dio que pensar. Siempre he sido una novia celosa, pero discreta, nunca se me ha notado, lo he sabido disimular muy bien. Cuando he sentido celos, los he camuflado con sonrisas picaronas e ironías. Porque me sentía absurda, me parece un sentimiento absurdo e innecesario. Entonces intento sacar mi lado racional y argumentar mi falta de celosía de un modo natural, tan natural que ya me ha sucedido en varias ocasiones que amigos me dijesen, joder yo quiero una novia como tú, al oír mis discursos acerca de la sinceridad, el respeto, bla bla bla… tan ideales y bien argumentados. Mi amiga ayer me decía que ella no, ella nunca ha sido una novia celosa. Luego me contaba su último rollo con un chico que por cierto no le gusta, y que semanas después de acostarse con él se lo ha cruzado por el hospital, con una niña mona R1 pegada a su culo, y queriendo parecer indiferente me dijo, yo creo que tienen algo… ¿Y lo que tienes tú no son celos? Y volvemos al tema de la exclusividad. Yo creí que eran eso los celos. Algo así como un sentimiento de rabia y tristeza al sentir escaparse la exclusividad, al sentir que otra, u otro, le puede gustar más. Entonces volvimos al recurrente F., la persona de quien más me he enamorado y la que menos me convenía como pareja, fue así como lo definimos anoche. No les tenía miedo a las rubias tontas que se follaba de vez en cuando, yo sabía que yo era mejor, que no valían ni una décima parte que yo, que él también lo sabía y que por eso nunca me iba a dejar por ellas. Me reía porque no les tenía celos ni envidia, ni nada. Sentir que yo le gusto menos, eso son para mí los celos. Y eso me pasaba cuando me hablaba de V., con quien ya no tenía nada, pero a quien tanto echaba de menos. Entonces sí se me retorcía el alma y me tragaba las lágrimas, siempre con una sonrisa y una falsa aprobación eso sí, para gustarle más, supongo, y porque no me gusta ser una novia celosa… ¿Cómo voy a pretender jugar al amor libre si no juego limpio?

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  2. Yo creo que no pasa nada por expresar de tanto en tanto los sentimientos, no pasa nada, somos humanos, ante todo, NO?

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  3. Pues tienes razón, qué coño ...

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